Parece una locura, pero no lo es. O sí. Porque que un juez, tras una conversación de apenas 10 minutos y sin necesidad de informe psiquiátrico, resuelva autorizar a Alejandro, un pequeño de ocho años, el cambio registral de su identidad con los argumentos de la “suficiente madurez” y una “situación estable de transexualidad” de Alejandro, puede ser eso, una auténtica locura.
El juez también hace un extenso alegato jurídico. Supongo que por esos mismos argumentos, jurídicos y personales, se le debería permitir votar, tatuarse o conducir un automóvil. Aunque, claro, nada de eso se le permite. Pero sí iniciar un proceso de transexualidad que, si sigue por ese camino, le llevará a tomar decisiones irreversibles para su cuerpo y para su vida en no mucho tiempo. Si después cambia de opinión y decide volver atrás, como tantos, no será desde luego el juez el que cargue con las graves consecuencias.
Y luego nos cuentan que los experimentos se han prohibido en los seres humanos. Sí, ya. Incluso se hacen, como en este caso, con auténticos niños.
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