Ucrania acaba de pedir formalmente su ingreso en la OTAN. El problema es que la Alianza no
puede aceptar dicha petición, ya que una condición para la entrada es que el país candidato tenga frontera seguras. Eso es de sentido común, ya que los países aliados no quieren verse obligados a entrar en un conflicto armado en favor de una nación recién llegada.
Por lo tanto si Ucrania quiere de verdad entrar en la OTAN no va a tener más remedio que parar la guerra con Rusia y dejar las fronteras donde están los frentes de batalla actuales. Soy consciente de que eso es muy fácil escribirlo cómodamente sentado ante una pantalla de ordenador en Houston, a casi diez mil kilómetros de Kiev, pero la cosa es totalmente diferente para los ucranianos. Entiendo perfectamente que para los ciudadanos de cualquier país debe ser sumamente doloroso reconocer que el quince o veinte por ciento de su territorio pase a ser propiedad del enemigo que los invadió brutalmente e intentó acabar con ellos como nación en una salvaje guerra llena de atrocidades.
Pero es que, mientras que elegir entre una opción buena y otra mala es fácil, decidir entre dos posibilidades malas es mucho más complicado. ¿Qué es peor para Ucrania? ¿Seguir con una guerra cuyo final es imposible de predecir, estando fuera de la OTAN? ¿O aceptar la pérdida de una parte del país, sin duda importante, a cambio de que la mayor y mejor alianza militar del mundo convierta a Ucrania en intocable para el enemigo ruso?
Sin la menor duda todas estas cuestiones ya se están tratando al más alto nivel entre los interesados. Y la única posibilidad para que Ucrania esté en la OTAN es que renuncie para siempre al este del país y a Crimea. Si ello vale la pena o es un precio inasumible solo los ucranianos lo pueden decidir.
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