El creyente en Dios y católico prácticante Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se pregunta «¿Cuándo, en
el nombre de Dios, vamos a plantarnos frente al ‘lobby’ de las armas?». Derecho tiene. Aunque no estaría mal que, además de hacerse preguntas retóricas, hiciese algo. Lo que fuera, lo que crea que debe hacer, pero algo, que es Presidente para eso, para actuar, y no para intentar arañar votos con un suceso tan terrible. Y podría empezar, por ejemplo, por defender destinar fondos federales a cerrar y asegurar los perímetros de todas las escuelas públicas estadounidenses en los Presupuestos del próximo año, algo que está en su mano.
Pero, hablando de la fe religiosa del Presidente, no estaría tampoco mal que la utilizara también para clamar contra la muerte de la vida de los no nacidos y el también lobby de los abortos. Pero no, no lo hará. Porque en la pasada campaña electoral el mayor provocador de muertes de no nacidos en Estados Unidos, Planned Parenthood, aportó al partido de Biden nada más y nada menos que 45 millones de dólares, tres veces más que en las anteriores elecciones presidenciales y ocho veces más que en las elecciones intermedias de dos años antes (la fuente es la CNN, nada sospechosa de conservadurismo).
Y es que en esto Biden es un experto en utilizar la ley del embudo. Los lobbies de los demás son muy malos, pero los propios son magníficos.
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