El asunto del voto equivocado del diputado del PP que dio la victoria al Gobierno en el decreto sobre la reforma laboral está trayendo cola. Y parece que por ese
mismo camino va a continuar.
A bote pronto escribí que una oposición inepta es aprovechada por los socialistas para dar un pucherazo en toda regla. Y todo lo que he leído desde entonces me confirma en ello.
Parece mentira que en una votación tan imporante como esa (puede que la más importante de toda la Legislatura desde la de investidura) se permita por parte de la dirección del PP a un diputado de su grupo votar telemáticamente. Y con el agravante de que ya se sabía que el tipo era un manazas con el ordenador. La única salvedad para ello era que hubiera estado en su lecho de muerte. Punto. Porque para eso les han votado y les pagan, para que se esfuercen en hacer las cosas bien. Pero ninguna de las dos cosas. Ni esfuerzo ni bien hacer. Ni por parte del diputado ni por parte de la dirección del PP. Porque estoy casi seguro de que no tenían ni idea de que el sujeto iba a votar telemáticamente hasta que la montó parda y les llamó por teléfono con la llantina. Vamos, un descontrol total del grupo parlamentario en, repito, una votación de la máxima importancia. Incompetentes.
No, no ha sido una traición del susodicho. Tampoco un tongo del PP para aprovar la reforma laboral. Es que simplemente son tan tontos como parecen.
Y después llegó lo lógico y normal en un Gobierno para que el que el fin justifica los medios y que ha demostrado estar anclado en el todo vale. Según las normas que Congreso el voto se podía rectificar; mucho se ha escrito sobre el tema y no lo voy a repetir. Pero había que aprovechar la ocasión de la estupidez pepera para dar un pucherazo en toda regla y cambiar una votación perdida por una votación ganada. Porque Batet es una ministra más de Sánchez, creo que está de más decirlo.
A esto ha llegado la democracia española. Unos estúpidos por un lado y unos malvados por otro. No se puede caer más bajo. ¿Qué no? Claro que sí. Al tiempo. Y no mucho. Porque estos, tanto los estúpidos como los malvados, son unos expertos en superarse a sí mismos.
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