El lugar a donde van a sanar sus heridas las "muñecas de trapo": "Ninguna niña sueña con ser puta"
La ONG Betania, nacida en 2011 en La Línea (Cádiz), tiene recursos en siete comunidades autónomas y atiende a personas sin hogar, inmigrantes, mujeres explotadas sexualmente y víctimas de la violencia de género
--"¿Qué nombre quieres que usemos para contar tu historia?", le preguntamos cuando accede a hablar y a dejarse fotografiar (de espaldas) por los periodistas de EL MUNDO. "Perla", responde entusiasta casi sin pensarlo, como si en lugar de un pseudónimo que proteja su identidad hubiera encontrado un conjuro que obrara el milagro de la sanación del cuerpo y del alma. Pues bien, Perla tiene 37 años y es dominicana. Llegó desde su país hace ocho años para visitar a una amiga y se quedó en España. No aparenta su edad, tal vez por su delgadez y su vulnerabilidad palpable. Podría pasar casi por una adolescente. Fue obligada a ejercer la prostituición, secuestrada en una vivienda en la provincia de Teruel y violada por sus captores. Fue golpeada brutalmente hasta que le provocaron una hemorragia interna.
Su historia es única, como la de cada una de las mujeres que aparecen en este reportaje tras encontrar refugio en uno de los recursos de acogida que la Asociación Betania, originaria de La Línea de la Concepción (Cádiz), tiene repartidos en siete comunidades autónomas. Muchas circunstancias, sin embargo, se repiten una y otra vez en el relato de las víctimas de la trata: Llegaron a España con la promesa de un trabajo, tal vez de empleada del hogar, de camarera o de jornalera. O incluso sabiendo que ejercerían la prostitución, pero nunca en las condiciones de esclavitud, humillación y violencia que encontraron.
Les prometieron que ganarían dinero para vivir cómodamente en España e incluso tendrían para enviar remesas a sus familias. Pero sus captores retienen el beneficio de su trabajo a cuenta de una deuda teórica por los gastos del viaje que nunca llegan a saldar.
A Davinia (otro nombre ficticio), colombiana, 40 años, se le encienden los ojos cuando habla de los hijos que ha dejado atrás: de 17, 12 y 6 años, que viven con su madre. Tiene otro menor a su cargo, hermano de padre, también adolescente. Viajó a España con la promesa de un empleo. Estuvo dos meses secuestrada antes de que una pelea entre sus captores le brindara la oportunidad de huir de la casa en la que estaba recluida en el País Vasco. Betania le ofreció ayuda legal, asistencia sanitaria y apoyo moral.
Begoña Arana, directora de la Asociación Betania, cuenta cómo el acercamiento a las víctimas por parte de los profesionales no siempre es sencillo. Son las Fuerzas de Seguridad del Estado las que contactan con la ONG cuando se produce el desmantelamiento de una red y se interviene en los locales donde se explota a las mujeres. "Muchas carecen de papeles y temen que las metan en un avión de vuelta a su país o que las lleven directamente a prisión". Pero nada de eso ocurre cuando se demuestra que son víctimas de la trata de personas o de explotación sexual porque se les ofrece regularizar su situación en España y recibir atención profesionalizada para salir del bucle destructivo en el que se han visto inmersas: prostitución, consumo de drogas y problemas mentales vinculados al maltrato continuado.
Melissa Mann es la coordinadora estatal del Área de Trata y Violencia de Género de Betania y relata el caso de una colombiana que llegó a uno de sus centros con sus tres hijos pequeños: "Había sufrido todo tipo de vejaciones y agresiones por parte de una red de narcotraficantes con la que se había visto involucrada. Llegó a recibir torturas: la enterraron hasta el cuello y le arrancaron las uñas. Cuando la conocimos estaba aparentemente entera, con una energía y un ánimo inusitados. A los pocos días, sin embargo, sufrió un shock y entró en un estado catatónico del que le costó mucho salir. Sufría un estrés postraumático brutal. Era como si su cuerpo y su mente se hubieran mantenido en pie sólo para poder ocuparse de sus hijos. En cuanto recibió ayuda y sintió que estaban a salvo, somatizó todo el sufrimiento y se derrumbó física y mentalmente".
Recuerda también con terror las cicatrices con las que llegó Mariam, de Costa de Marfil, que había recibido múltiples palizas durante su secuestro "Muchas mujeres llegan en un estado de hiperalerta", porque los mismos que en un momento les prometieron ayudarlas las traicionan, las venden a una red de trata o las violan y las vejan. "Y no se fían ya de nadie".
La disociación de la personalidad es también frecuente en quienes han dejado de verse a sí mismas como personas. "Llegan como auténticas muñecas de trapo sin herramientas para seguir adelante. Recuperar la identidad personal es parte de la reconstrucción que tienen que realizar antes de empezar a trabajar en su formación o su reintegración social y laboral", apunta Melissa Mann.
Algunas sólo quieren dormir indefinidamente, durante días, explica la psicóloga Yasmina Pérez. Casi todas rechazan, de inicio, el contacto físico: "Sufren mucha ansiedad y algunas se muestran muy agresivas". Es frecuente que desarrollen problemas de salud mental serios e incluso tendencia a la autolesión. Los profesionales en contacto con estas mujeres también se cuidan a través de lo que denominan "grupos de desahogo" con los que gestionan la crudeza de las experiencias con las que tratan a diario.
En los recursos de que dispone Betania, la media de estancia es de entre 8 y 12 meses. Aunque nunca se fijan plazos, porque pensar que tienen un tiempo limitado de acogida sólo generaría más ansiedad a las mujeres y dificultaría su recuperación.
Davinia está ya en el proceso de inserción laboral. Ha encontrado trabajo en la casa de una anciana de 80 años a la que acompaña por las noches. Tiene experiencia en los cuidados y la atención a pacientes. Cobra 600 euros y envía dinero a su madre para la manutención de sus hijos. "Los 500 euros que les hago llegar cada mes son una fortuna para ellos", cuenta.
"Ninguna niña sueña con ser puta"
"Ninguna niña sueña con ser puta", repite Begoña Arana citando a la activista contra la prostitución Amelia Tiganus, que fue víctima de la trata y aboga por la abolición frente a otras corrientes que defienden la regulación del trabajo de las prostitutas apelando al derecho de las mujeres a decidir y a la dificultad para acabar con lo que se define, falazmente, como "el oficio más antiguo del mundo". Como si la esclavitud fuese una suerte de tradición digna de conservar. Arana reclama la aprobación de una ley que permita perseguir y atacar el problema desde todos los ángulos: "No sólo los proxenetas se lucran de la explotación sexual: están también los taxistas que prestan servicio a las redes o quienes alquilan sus viviendas a sabiendas de que se usan para la explotación sexual de mujeres y niñas".
Desde el Covid, localizar los espacios en los que se explota a las mujeres es más difícil. La calle y los establecimientos fijos ya no son los emplazamientos preferidos por las redes de la trata, que ahora recurren a pisos de alquiler, incluso a los de alquiler temporal (a través de plataformas de viviendas turísticas), de manera que "su rastro es más difícil de seguir para los investigadores y los trabajadores sociales", subraya Melisa Mann.
La vivienda de acogida de la Asociación Betania que recibe a los periodistas de EL MUNDO está situada en un municipio de la provincia de Cádiz que no identificamos para evitar problemas de seguridad para las residentes. Muchas han denunciado a sus captores y son perseguidas por las redes. En algunos casos, son testigos protegidos en los procesos abiertos por la Justicia. Todos los nombres de víctimas que aparecen en esta crónica son ficticios.
En este piso conviven también víctimas de violencia de género. Una de ellas es Carlota, de 24 años, hija de unos padres politoxicómanos. Desde la adolescencia ha sufrido abusos y violencia por parte de sus parejas y con 15 años se quedó embarazada. La muerte de su abuela, que ejerció de madre para ella y para su bebé, la llevó a una situación desesperada. Hoy se forma en la casa de acogida para encontrar un trabajo. También entrena sus habilidades como madre y aprende a detectar señales de alerta para evitar relaciones sentimentales de riesgo.
La Asociación Betania echó a andar en 2011 a raíz del cierre de un centro de Cáritas para personas sin hogar en La Línea. Allí trabajaba Begoña, que no aceptó que se dejara en la calle a los 16 residentes que había en aquel refugio. Trabajadora social de larga experiencia, se dirigió a una parroquia de Gibraltar y el sacerdote Charles Azzopardi le dio 4.000 euros para que alquilara un par de pisos durante unos meses. Desde aquel verano en que Begoña se echó a sus espaldas la suerte de aquellas personas vulnerables han pasado sólo 14 años, pero Betania es ya una ONG reconocida en toda España que gestiona unos 13 millones de euros de subvenciones públicas y donaciones privadas con los que presta ayuda a entre 20.000 y 25.000 personas al año: inmigrantes, víctimas de trata, personas sin hogar o con adicciones, menores y familias en riesgo de pobreza. A todos se les ofrece una oportunidad "para que recuperen su dignidad, su autonomía y sus derechos".
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