La vuelta al cole está a la vuelta de la esquina. En 15 días, regresa la odiosa rutina para los niños y el ansiado orden para sus padres. Durante poco más de dos meses, todo ha sido libre albedrío. También en el uso, sobre todo el abuso, de las pantallas. Horas de televisión, de dispositivos móviles y consolas. Quien diga que no, miente. Y a las pruebas me remito: María, de 9 años, pasó de los 30 minutos diarios de tableta estipulados en su control parental a una hora durante el verano. Pero no eran suficientes, nunca lo son. «¿Me das más tiempo? Solo por hoy». Una situación habitual y repetida a lo largo del verano.
Juan e Ignacio, de 16 y 13 años, tienen, además de los móviles que los acompañan a todas horas (excepto cuando están en la piscina o en el mar), ordenador y consola, respectivamente. «Si no salgo, al menos juego en red con los amigos», dice el mayor. «Es que hoy hay un evento en Fortnite [siempre hay uno]», comenta el menor. «Un rato y me voy a la cama. Están todos [mis amigos] conectados», repiten ambos. Hay días que les dan hasta las tres de la madrugada. La excusa: es verano, «luego me echo una siesta».
Estos hechos reales, con nombres ficticios, reflejan la situación de muchos niños y adolescentes en los que el «yo controlo» no existe, y las pantallas y su contenido son los que mandan. Sus efectos ya están modificando sus organismos en pleno desarrollo. No solo porque no se muevan o no duerman; no es tan simple. Es porque esas restricciones de movimiento y sueño, para las que el ser humano está diseñado, cambian en una de las etapas más críticas.
Una firma metabólica en la sangre
Los científicos han encontrado la prueba: una firma metabólica en el torrente sanguíneo. Es decir, los daños que dejan en el sistema cardiovascular y que, más tarde, se traducirán en diabetes, hipertensión, colesterol y obesidad. El investigador inglés David Horner, en su búsqueda de respuestas sobre cómo los factores sociales modifican la salud, ha encontrado la clave del impacto del abuso de las pantallas. «Hasta ahora, las investigaciones previas sobre el tiempo de exposición a la pantalla y la salud cardiometabólica han arrojado resultados contradictorios, y son pocos los estudios que han examinado estas relaciones en la infancia», explica.
Horner y su equipo de la Universidad de Dinamarca son los primeros en tener en cuenta mediciones objetivas de factores relacionados con el estilo de vida, como el sueño, la dieta y la actividad física, lo que ayuda a aislar el efecto independiente del tiempo de pantalla. «Dado que los hábitos de salud que se forman en la infancia y la adolescencia suelen persistir en la edad adulta, y que nuestros hallazgos más sólidos se dieron en la adolescencia, es probable que estas asociaciones se refuercen con el tiempo», señala el investigador inglés.
En la revista Journal of the American Heart Association han visto la luz recientemente las conclusiones del trabajo que ha realizado para la entidad danesa, basado en una muestra de mil voluntarios que formaban parte de los Estudios Prospectivos de Copenhague sobre el Asma en la Infancia. «Hemos encontrado un patrón distintivo de metabolitos en sangre, similar a una huella digital del tiempo de uso recreativo de pantallas, relacionado con ese uso», resume Horner sobre el significado de su estudio.
El sueño, un factor clave
Para los cardiólogos y pediatras consultados, esta es una buena noticia. «Nunca antes se había confirmado una relación fisiológica evidente sobre el uso abusivo de este tipo de dispositivos», aseguran. Quizás la sorpresa no estuvo tanto en la relación con marcadores asociados al sedentarismo como en la vinculación con el sueño. «Su duración y el momento del inicio actúan como factores moduladores clave. Es decir, una menor duración del sueño amplifica significativamente la conexión perjudicial entre el tiempo de pantalla y el riesgo cardiometabólico en niños y adolescentes», detalla el coordinador del Comité de Promoción de la Salud de la Asociación Española de Pediatría (AEP), Julio Álvarez Pitti. Además, subraya que «esto resalta la importancia de considerar el sueño como un objetivo de intervención junto con la reducción del tiempo de pantalla».
Hasta ahora, se asumía que lo perjudicial era pasar menos tiempo de ocio activo y más tiempo sentado frente a un dispositivo. Pero quitarse horas de juego para hacer scroll infinito, terminar una serie o jugar una partida más tiene un impacto más profundo. «Esto no lo veíamos venir», admite Luis Rodríguez Padial, presidente de la Sociedad Española de Cardiología (SEC). «Me llama la atención que el efecto de la obesidad sea más evidente en los adolescentes que en los niños, a los que les quedan más años de crecimiento».
En el fondo, como comentan los expertos se trata de un asunto multifactorial, pero bien es cierto que cuantas más papeletas se tengan, más oportunidades de elevar el riesgo cardiometabólico. En los niños, ese riesgo aumenta un 8% por cada hora frente a la pantalla; en los adolescentes, un 13%. Pero si se añade el factor privación de sueño, pasamos a un 29%, detalla Rodríguez Padial.
Los datos confirman el problema
Con datos recientes del Estudio PASOS, impulsado por la Gasol Foundation, podemos extrapolar los daños que podrían sufrir los niños y los adolescentes españoles. Gracias a un trabajo de seguimiento de una muestra de más 800 han conseguido trazar los hábitos de vida en los últimos tres años.
Lo primero es un aumento preocupante del uso de pantallas, con 11,33 horas más a la semana, lo que equivale a 25 días completos adicionales al año frente a una pantalla. Lo segundo: un descenso de 18 minutos al día (nueve horas al mes) de actividad física moderada o vigorosa, en comparación con la situación inicial. Tercero: una peor adherencia a la dieta mediterránea, con una bajada de prácticamente 11 puntos porcentuales en la población que alcanza un nivel alto de este patrón alimentario. Y cuarto: disminución del cumplimiento de las recomendaciones de sueño, especialmente los fines de semana.
Quizás, lo que más visualiza el problema del abuso de las pantallas y sus efectos es el sobrepeso. Las últimas cifras de un estudio del Ministerio de Sanidad muestran la alarma: a los 12 años, la prevalencia de obesidad severa (con un índice de masa corporal, IMC, por encima de 35) es del 1,7% en niños y 1,8% en niñas y a los 14 años, 2% en niños y 1,6% en niñas; si es obesidad (IMC entre 30-34) a los 12 años es del 8,1% en niños y 8,7% en niñas, a los 14 años, del 8,4% en niños y 6,8% en niñas; con sobrepeso (IMC 25-29) a los 12 años, es del 21,5% en niños y 22,6% en niñas y a los 14 años, del 20,1% en niños y 19,8% en niñas.
Un combo peligroso: poco sueño y poca actividad
Lo que no se ve son las pocas horas que descansan. Y, como no se aprecia, a veces se ignora su efecto. El 70% de los niños mayores de 11 años no duerme el número adecuado de horas, denuncia la Sociedad Española de Neurología (SEN), que asegura que una cuarta parte de la población infantil no tiene un sueño de calidad. Purificación Ros, del servicio de Endocrinología Pediátrica del Hospital Puerta de Hierro de Madrid, apunta que «la alteración del descanso nocturno constituye un factor de riesgo sistémico que incide negativamente en la función cognitiva, el equilibrio endocrino y la respuesta inmunitaria».
Ros advierte sobre el efecto multiplicador del combo: falta de descanso nocturno y ausencia de actividad física. «En el marco de actividades predominantemente sedentarias, la privación de sueño modula y potencia las alteraciones metabólicas, incrementa la susceptibilidad a enfermedades cardiovasculares y compromete los procesos de reparación y recuperación de los tejidos. Esta interacción puede derivar en consecuencias fisiológicas y psicológicas más tempranas y graves que las asociadas al sedentarismo de manera aislada», argumenta.
Álvarez Pitti, también jefe del Servicio de Pediatría del Hospital General de Valencia e investigador CIBEROBN, aclara por qué sucede esto en torno a dos parámetros: las horas de privación de sueño y el impacto de no dormir. «Cada hora adicional de tiempo de pantalla se asoció con un mayor riesgo cardiometabólico, y esta asociación fue más pronunciada en niños y adolescentes con menor duración de sueño. Un inicio de sueño más tardío también puede exacerbar los efectos perjudiciales».
Sobre los mecanismos biológicos que se interrumpen con la exposición a pantallas por la noche, destacan en primer lugar los ritmos circadianos, seguidos por el retraso en la producción de melatonina y una menor duración del sueño. «Esto puede llevar a una desregulación hormonal, aumento del apetito y, en última instancia, al aumento de peso», detalla Álvarez Pitti, quien continúa enumerando efectos: «La falta de sueño se ha asociado con un mayor riesgo cardiometabólico, afectando la sensibilidad a la insulina y aumentando la actividad del sistema nervioso simpático. Además, el déficit de sueño puede generar ánimo depresivo, problemas de comportamiento y alteraciones en el desarrollo cerebral».
Detección temprana y futuro
Una vez justificado el problema, los expertos creen que tener una «huella metabólica» que lo monitorice supone un paso adelante. Horner, el investigador principal del trabajo, sostiene que «sirve para respaldar la plausibilidad biológica que demuestra que los hábitos de uso de pantallas pueden dejar una huella medible en el metabolismo antes de que aparezca la enfermedad. El hecho de que este patrón fuera consistente en dos cohortes sugiere que es lo suficientemente sólido como para modelarlo utilizando la metabolómica, lo que abre posibilidades para la detección temprana del riesgo».
En opinión de Álvarez Pitti, «esta firma proporciona una visión mecanicista crucial de cómo el tiempo de pantalla puede alterar el transporte de lípidos, el tamaño de las partículas de lipoproteínas y el equilibrio de los ácidos grasos, explicando el riesgo cardiometabólico observado. Además, representa una potencial herramienta para identificar a individuos con un alto riesgo por el uso de pantallas y sus complicaciones cardiometabólicas asociadas».
Ros traza un futuro un tanto sombrío: «Teniendo en cuenta la alta prevalencia de sobrepeso y obesidad en la población infantojuvenil y el exceso de tiempo de uso de pantallas en la actualidad, los resultados de este estudio auguran un incremento del riesgo cardiovascular y patologías asociadas (HTA, diabetes, hígado graso, entre otras) a medio y largo plazo». Rodríguez Padial extrae algo positivo del trabajo longitudinal: «Su continuación podría traer respuestas sobre si esos riesgos se convierten en accidentes cardiovasculares, ictus e infartos».
El estudio danés solo midió el impacto del uso recreativo de las pantallas, por lo que el desafío está en encontrar una combinación saludable con el uso educativo, cuestionado en los últimos tiempos por no tener el efecto deseado. Desde la Asociación Americana del Corazón (AHA), Amanda Marma Perak propone cómo abordar la separación de fines entre el uso activo de la pantalla frente a actividades pasivas y solitarias, como navegar por redes sociales o ver programas y videos cortos.
«Algunos datos recientes en adultos sugieren que el uso pasivo es perjudicial, mientras que el uso activo puede no ser malo para la salud cardíaca». Entre las funciones positivas, Marma Perak enumera «los fines educativos, como buscar información; los creativos, como programar o crear videos; la conexión social en tiempo real a través de videollamadas y proyectos colaborativos; o la salud física, mediante aplicaciones de fitness o videojuegos activos».
Recuperar las rutinas y compensar los malos hábitos
Horner, como autor del trabajo, asegura que ahora el tiempo de pantalla supone «un factor de riesgo cardiometabólico independiente, incluso después de tener en cuenta la dieta, la actividad física y otros factores relacionados con el estilo de vida». Por eso, entre las recomendaciones que se derivan de su trabajo está la limitación de pan tallas en modo ocio, «sobre todo a última hora de la tarde».
María, Juan e Ignacio están a punto de recuperar las rutinas en el uso de los dispositivos: 30 minutos de tableta, estar sin móvil antes de irse a la cama y solo videojuegos el fin de semana. A ello, se suman las seis horas semanales de entrenamiento de fútbol para los mayores y las tres de gimnasia rítmica para la menor. «Para un uso saludable de los dispositivos digitales, es fundamental establecer límites claros y promover hábitos compensatorios», concluye el pediatra.







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