Escribía yo hace un par
de días sobre la llamada Ley de la Memoria Democrática, que a mi parecer es más bien la
Ley de la Desmemoria. Pero el problema mayor no es ese, con ser grave. Lo peor es que con la ley de marras se vuelve (otra vez, y van...) a la manida cuestión de las dos Españas. La dos enfrentadas sin la más mínima posibilidad de reconciliación. A sacar del armario los fantasmas del pasado.
Un pasado que intentó enterrar la Transición (parece que sin demasiado éxito). ¿Se pudieron hacer mejor las cosas en aquella época? No lo sé. Sí se pudieron hacer más a mi gusto, claro. Pero tal vez se hizo lo que se pudo hacer con los mimbres que había. Y no estuvo mal. Porque poner de acuerdo en respetarse a Suárez y a Carrillo, a La Pasionaria y a Fraga, a Gutiérrez Mellado y a Marcelino Camacho, no fue tarea fácil, pero se consiguió.
España debió pagar un alto precio como fue la Ley de Amnistía de 1977, por la que todos los secuestradores y asesinos de ETA (sí, todos) quedaron en libertad.
Y ahora vienen estos, liderados por Sánchez, a decir que aquello se hizo mal. A querer revertir la victoria fascista en la Guerra Civil por una victoria comunista más de ochenta años después. Revancha. Venganza. Al precio de abrir las heridas ya cerradas, de volver a crear dos bandos irreconciliables.
Pero todo vale cuando las encuestas dicen que se está a un pequeño paso de salir de La Moncloa. Porque en la reciente etapa democrática española no ha habido ni un solo cambio de color de Gobierno con tranquilidad. Ni uno solo. Todos fueron dramáticos (unos mucho y otros más), uno absolutamente trágico. Y este no podía ser menos.
Ahora toca, repito, sacar las dos Españas. Aunque sea por un puñado de votos. Con el enorme riesgo que ello implica. Porque a Sánchez lo de las dos Españas le puede salir bien. Incluso hasta mejor de lo que él planea. Demasiado bien, vamos. Mañana sigo.
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