Ayer, como viene siendo normal, Israel volvió a sufrir otra andanada de ataques con cohetes y misiles desde el sur del Líbano, procedentes de la organización terrorista Hezbollah, que es quien controla la zona. En el mapa al lado (pinchar para agrandar) se pueden observar hasta dieciséis objetivos de esos ataques. No hubo heridos. Y no los hubo porque Israel hizo efectiva la Cúpula de Hierro, destruyendo en el aire esos cohetes y misiles. Pero, por si el sistema falla, Israel tiene refugios antiaéreos por toda la zona. Y, además, por si los dos planes anteriores yerran, Israel ha desplazado alrededor de 85.000 personas de esas áreas al centro del país, donde los mantiene alojados en hoteles. Pero claro, así no hay quien viva.
Israel hasta ahora se ha limitado a responder a cada ataque con incursiones aéreas contra instalaciones militares concretas de Hezbollah. Incursiones que evidentemente no están haciendo el daño suficiente, ya que los ataques continúan todos los días. Hasta que a Israel se le hinchen las narices y decida hacer un avance militar terrestre en toda regla, para empujar a los terroristas de Hezbollah por lo menos hasta el otro lado del Río Litani (que, por cierto, es lo que acordó la ONU, acuerdo que, como se ve, les está sirviendo de papel higiénico), quedándose como fuerza de ocupación durante cinco o diez años. Será entonces cuando todo el mundo montará en cólera y habrá condenas, manifestaciones y no sé qué más. Pero ahora que Israel es el atacado (sin ningún motivo), nada de nada. Luego vendrán los lamentos.
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