Hace doce años (el tiempo vuela) escribí un texto titulado El que quiera una autonomía, que se la pague. Mantengo lo que dije allí. No se puede querer una autonomía para estar solo a las maduras, sino que hay que estar también a las duras. Las competencias autonómicas las debe financiar cada autonomía como buenamente (o malamente) pueda. Y no hay más.
Lo que no puede ser es que algunas autonomías se financien con cargo a la deuda (que nadie sabe ni cuando ni como la pagan a pagar, aunque todos lo suponemos: nunca) y otras lleven sus cuentas correctamente. Tampoco puede ser que unas autonomías estén financiando a otras.
¿La solución? Pues es simple. Que el Estado se financie con unos determinados impuestos y las autonomías con otros (los que cada una decida en su libre ejercicio). Y nada de transferencias ni de historias raras. ¿Eso va a crear una diferencia en los servicios ofrecidos por las diferentes autonomías a sus habitantes? Por supuesto. Pero esos habitantes tienen la opción de mudarse. Al igual que no se ofrecen los mismos beneficios en Alemania que en España, tampoco tienen por qué ofrecerse los mismos beneficios en Cataluña que en Extremadura.
Es aceptar lo anterior o volver a un Estado central, a la francesa. Lo que no puede ser es querer una autonomía, pero que la paguen otros.
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