Siempre me llamó la atención como se elevaba (creo que se siguen elevando) en España a los futbolistas famosos a los altares sociales para que los descerebrados miembros de la masa fueran a adorar al santo por la peana solo por el hecho de que sabía patear bien un balón. A mí, que me gustaba el fútbol, me parecía aquello un auténtico despropósito, porque si yo admiraba (que es mucho decir) algo de esas falibles personas era su habilidad con el esférico y nada más.
Pues me temo que lo mismo ha pasado con actores y cantantes, entre otros. Incluyendo a Plácido Domingo. Independientemente de que la muy dañina Iglesia de la Cienciología le tuviera ganas (que se las tenía, y muchas), lo cierto es que el cantante tenía un enorme defecto al que se agarró la secta. Era un acosador. Para mí quedó completamente claro desde que leí hace como medio año el artículo Plácido (mira que me ha costado encontrarlo, pero lo conseguí) escrito en Vozpópuli por un amigo de él (con amigos así no necesita uno enemigos, pero bueno).
Por eso cuando leo dos buenos artículos como Plácido Domingo y la duda razonable (Guadalupe Sánchez en Vozpópuli) y Los machos poderosos van dejando de ser impunes (Ignasi Guardans en El Confidencial), tengo que concluir, que, más allá de la duda razonable que posiblemente le dejaría como no culpable en un juicio, eso no cambia que en el trato con las mujeres Plácido Domingo solo era un acosador que cantaba bien, muy bien, lo que le daba la oportunidad de acosar mucho más.
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