Hace nueve días dejé constancia por aquí de mi sorpresa ante la rapidez con que, en Estados Unidos, el presidente de un comité del Senado convocaba a la directora del Servicio Secreto, menos de seis horas después del intento de asesinato contra Trump y haciéndolo para únicamente nueve días después. Esa fecha fue hace un par de días. La comparecencia fue una masacre, tanto de parte de los demócratas como de los republicanos. Ambos partidos le exigieron la dimisión, pero ella se negó en redondo. Por 24 horas. Al día siguiente, ayer, no le quedó más remedio que anunciar su renuncia.
Voy a evitar, al menos por ahora, comparar esto con las situaciones que se viven en España cuando suceden hechos parecidos. Tan solo me limitaré a decir que, por lo que he visto en este caso, y que incluso a mí me ha sorprendido, las exigencias de responsabilidades funcionan en Estados Unidos medianamente en condiciones.
He escrito esta pequeña meditación personal a partir de la información leída en el siguiente artículo: Dimite la jefa del Servicio Secreto de EE UU por los fallos en el atentado contra Trump, en El País.
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