Corrían los últimos años de los ochenta o los primeros
de los noventa (hace tanto que ni me acuerdo). Yo trabajaba en la cárcel de mujeres de Madrid. Un día recibí en mi apartado de correos una carta de la madre de una encarcelada, colombiana, acusada de narcotráfico, contándome un asunto acaecido recientemente que la podría beneficiar (otro día lo relato por aquí), así como diciéndome la fecha del juicio y pidiéndome que fuera al mismo y lo contara. Fui, hablé con el abogado de la mujer antes de empezar el juicio, leyó la carta y me preguntó que si yo tenía inconveniente en testificar; le contesté que no había problema. En un momento dado del juicio me llamó como testigo, entregué el DNI, me preguntó que si yo había recibido esa carta de la madre de la enjuiciada, le contesté que sí e hizo llegar la carta al juez, diciendo que quería que la carta fuera tomada en consideración en favor de su defendida (o algo así), el juez leyó la carta y se la pasó al fiscal, al que le preguntó que si tenía algún problema con que la carta fuera tomada en consideración; la leyó y dijo que no tenía objeción. El abogado dijo que no había más preguntas, el juez le pasó el turno al fiscal, quien no me preguntó nada. Y entonces el juez me preguntó que cómo yo había recibido la carta, a lo que le contesté que cuando fui a mi apartado de correos y lo abrí, la carta estaba allí. Me preguntó por mi relación con la enjuiciada, a lo que le respondí que la conocía porque yo trabajaba en la cárcel de mujeres. Y siguió indagando la razón por la que la madre de ella tenía mi dirección, a lo que le respondí que mi dirección postal la tenían todas las mujeres que me conocían, ya que así sus familiares podían enviarme lo que quisieran para ellas (normalmente ropa) y yo lo entregaba en la cárcel a nombre de la que fuera, porque no podían enviarlo directamente a la prisión por correo. Después de eso me dijo que me podía retirar y, claro, me retiré. Así es más o menos como lo recuerdo, porque hace muchísimos años de aquello.
Nadie me pidió mi dimisión de ningún puesto. Tampoco quedé estigmatizado, ni en mi círculo laboral, ni en el social, ni en el familiar. ¿Por qué? Porque fui, conté la verdad y punto.
Sí, claro, reconozco que lo mío fue muy diferente a lo de Rajoy y Sánchez. Pero no entiendo, de verdad, tanto lío por ir a testificar. Se va, se cuenta la verdad y asunto terminado. Evidentemente otra cosa es cuando uno es el acusado. Porque si yo hubiera sido el acusado de narcotráfico, la cosa pintaría de otra forma completamente diferente. Pero como testigo no debería haber ningún tipo de problema, ni en el pasado con Rajoy, ni en el presente con Sánchez.
Pero la política española se ha convertido en algo tan barriobajero que ya todo vale con tal de acabar con alguien. Y si no me creen, ahí está el ejemplo de Ayuso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Después de siete días de la publicación de un artículo todos los comentarios necesitan aprobación.