No me agradó como Presidente. Ni en el momento (por sus ideas proaborto) ni posteriormente (por el terrorismo de Estado y la corrupción institucionalizada del PSOE). Pero cuando Felipe González hablaba (y habla) se le podía y puede escuchar. Lo que decía y dice tenía y tiene sentido y fondo, independientemente del acuerdo con él o no del oyente. Y lo mismo podría decirse de Suárez, de Calvo-Sotelo y de Aznar.
Pero cuando llegó Zapatero todo eso cambió. Llegaron los eslóganes sin contenido y los discursos vacíos. Algo que continuó con Rajoy, que, aunque no tan hueco como su predecesor, sí le siguió de cerca. Y ahora tenemos a Sánchez, que está haciendo bueno a Zapatero. Todo lo que él (y casi todos sus ministros, empezando por el vicepresidente) dice se puede catalogar en tres categorías: medias verdades (más bien pocas), mentiras (muchas) y mentiras y medias (probablemente la mayoría). Por no hablar del tono teatral sobreactuado, de mal actor, que siempre usan.
España ha perdido una generación de dirigentes, probablemente malos, para sustituirlos por otros, sin duda mucho peores. Y lo triste es que no se ve recambio válido en el horizonte (Casado no es tan malo como Sánchez en ese sentido, pero tampoco es como para repicar campanas).
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