El sainete del Gobierno de España de dejar entrar a un sujeto de la calaña de Brahim Ghali con identidad falsa en España, pensando que Marruecos no se iba a enterar, y que ha provocado la actual crisis diplomática y migratoria con el vecino del piso de abajo, sería para reír de no ser por la extrema gravedad del tema.
Ayer escribí sobre el asunto un pequeño texto en directo (normalmente escribo los artículo y los programo para publciarlos horas después). En diferido he visto la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros; uno sentía vergüenza ajena de escucharles una y otra vez decir que era una crisis migratoria producida por el coronavirus, sin ni tan siquiera querer nombrar a Brahim Ghali; toman por tontos a los españoles. También he visto la declaración institucional de Sánchez; no me equivoqué en mis previsiones, obviedades en tono grandilocuente; aunque sí quiero destacar como muy positiva la frase de lo de "la integridad territorial de España, sus fronteras... serán defendidos por el Gobierno de España en todo momento y ante cualquier desafío con todos los medios necesarios".
Y todo esto me recuerda a lo del Aquarius y sus consecuencias (uno, dos y tres). Eso pasa cuando se toman las decisiones con la ideología y no con el sentido común. Lo mismo que ahora. ¿A quién se le ocurrió la maravillosa idea de llevar a España al líder polisario? Supongo que a algún miembro (o exmiembro) de la parte podemista del Gobierno. Y ahora las cosas están como están. Y, a pesar de que el tipo me cae supermal, ha tenido que ser el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, el que ha tenido que dar la cara después de estar en contra de que Brahim Ghali llegara a España, postura defendida por la ministra de Exteriores, Arancha González Laya.
Estas cosas pasan cuando algo tan importante como la política de un país, y no digamos ya la política exterior, quedan en manos de auténticos amateurs.
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