Cuando miro hacia atrás, desde hace unos cuarenta años hasta ahora (que se dice pronto), me doy cuenta de que la clase política española, sin prisa pero sin pausa, ha ido decayendo en calidad. No es que los Suárez, González, Aznar, Zapatero y Rajoy, por poner como ejemplo a los presidentes, fueran algo extraordinario. Pero, por la izquierda, de González a Zapatero hubo un abismo, el mismo abismo que hay de Zapatero a Sánchez. Y de Aznar a Rajoy hubo otro abismo por la derecha, abismo que se profundiza de Rajoy a Casado. Sobre el centro, si tenemos que hablar, por ejemplo, de comparar a Suárez con Rivera, lo que se abre es una sima, que es un poco menos profunda, pero poco, si la comparación es con Arrimadas.
A lo que hay que añadir que esa cuesta abajo de la clase política ha ido paralela a la cuesta abajo de la sociedad. Al fin y al cabo, quiérase o no se quiera, la clase política no deja de ser un fiel reflejo de la sociedad de un país.
Y ese es el punto que hace poco me vino a la mente. La decadencia de la clase política española no ha sucedido por casualidad. Ha ido de la mano a la decadencia de la sociedad. Evidentemente esa clase política ha empujado a la sociedad hacia la decadencia, empezando, como he dicho muchas veces, desde aquel 2 de diciembre de 1982 en el que el PSOE llego al Gobierno de España por primera vez. Pero ciertamente la sociedad ha cooperado de buen grado con esa decadencia, empujando a su vez a la clase política a la misma.
Una sociedad española en decadencia que ha empujado a la clase política a la decadencia, la cual a su vez ha empujado también a la sociedad. Sociedad y clase política se han retroalimentado hacia la decadencia, con los resultados que vemos en la actualidad. Irreversibles, me temo.
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