Las transiciones políticas de un partido a otro en las democracias consolidadas deben ser algo normal y pacífico. Al fin y al cabo para eso se inventó la democracia, para que no haya que montar una guerra cada vez que hay que cambiar de gobierno. Aunque eso de normal y pacífico no siempre es así (y, como ejemplo, vean lo que paso hace muy poco en la democracia más vieja del planeta, Estados Unidos, con la transición del republicano Trump al demócrata Biden).
Pero es que en España nunca ha habido en la reciente etapa democrática ese cambio de partido en La Moncloa normal y pacífico. Recordemos brevemente.
Hacia 1980 el PSOE, capitaneado por Felipe González, se había cansado de estar en la oposición y el rey, Juan Carlos de Borbón por aquel entonces, se había cansado de Suárez. Así que cada cual por su cuenta (o de acuerdo, que todo podría ser) se encargaron de hacerle la vida imposible hasta que dimitió. Llegó el 23 de febrero de 1981, con el intento de golpe de Estado, que, de no ser por el asaltante al Congreso, hubiera puesto al general Armada al frente del Gobierno con, entre otros, ministros socialistas en su Consejo de Ministros. Fracasó la cosa y lo de
Calvo-Sotelo y la UCD fue una auténtica agonía, que pudo acabar en otro golpe de Estado, ahora sangriento, el 27 de octubre de 1982. Menos mal que se abortó a tiempo y finalmente el socialista Felipe González arrasó en las urnas el 28 de octubre.
Desde que el PSOE llego a gobernar tomó España por su cortijo. Empezó expropiando RUMASA, continuó montando una banda de terrorismo de Estado (bastante chapucera, dicho sea de paso) y unos sistemas de financiación corrupta al lado de los cuales la Gürtel y los ERE vienen a ser unos simples principiantes. Aquello, claro, tenía que explotar. Y explotó. Aznar lo sacó a relucir en el Congreso día sí y día también en la que sería la última legislatura de gobierno socialista y aquello parecía que iba a derrumbar todo, porque la suma de chapucero terrorismo de Estado, corrupción galopante, crisis económica imparable y desempleo elevadísimo hacía que todo el sistema se tambalease. Al final Jose María Aznar ganó por los pelos el 3 de marzo de 1996, sacando a los socialistas del poder.
Y llegó 2004. Aznar cumplía su promesa de estar en Moncloa solamente ocho años y no se presentaba como candidato del PP, haciéndolo en su lugar Mariano Rajoy, quien todo apuntaba según las encuestas que iba a conseguir una cómoda victoria. Pero llegaron los brutales atentados terroristas del 11 de marzo de 2004 que produjeron que quien ganara las elecciones tres días después fuera el socialista José Luis Rodríguez Zapatero.
La primera legislatura de Zapatero fue relativamente tranquila. La segunda estuvo presidida por una crisis económica mundial que avanzaba a pasos agigantados, a la vez que todos los socialistas la negaban y culpaban al PP de alarmista por decir que afectaría a España duramente. Al final, en 2011, la cosa explotó y Zapatero tuvo que hacer un durísimo ajuste económico que básicamente condenó a la derrota al PSOE. Zapatero no se presentó a la reelección y Mariano Rajoy obtuvo una cómoda mayoría absoluta el 20 de noviembre de 2011. Fue la menos dramática de las transiciones de poder, si bien la crisis económica fue salvaje.
Rajoy perdió en 2015 su mayoría absoluta, abriéndose un periodo de inestabilidad política. Nadie consiguió sacar adelante una investidura. Nuevas elecciones, en 2016, ganadas por poco por el PP, donde un PSOE roto, que básicamente sacó a patadas de la dirección a Sánchez, dejó que gobernara Rajoy. Sánchez volvió en olor de multitudes, aclamado por la militancia, a la dirección socialista y en virtud de la moción de censura del 1 de junio de 2018, ganada con el apoyo de socialistas, comunistas, nacionalistas, separatistas y filoterroristas, Pedro Sánchez se hizo con la Presidencia del Gobierno contando con solamente 85 diputados socialistas.
Y tras otras dos dramáticas elecciones en el año 2019 aquí estamos. ¿Luchará el PSOE a muerte (es un decir, espero) por conservar el poder? ¿Recurrirá a algún arma secreta (figuradamente, también espero) para mantenerse en Moncloa (como, por ejemplo, sacar a relucir el dosier narco de Feijóo)? ¿Se presentará Sánchez de nuevo? ¿O se irá a Europa y dejará que Feijóo ocupe tranquilamente La Moncloa? ¿Será este el primer cambio tranquilo de poder de la democracia? ¿O veremos de nuevo una guerra política en la que vale todo para intentar derrotar al enemigo (que no simplemente adversario)? La política española se encamina hacia tiempos interesantes. Mucho. Demasiado. Como los de la maldición china.
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