España, tras el aislamiento al que se vio sometida durante la dictadura franquista, enfrentaba con la llegada de la democracia el difícil reto de convertirse en un socio fiable en la esfera internacional. Ese reto fue enfrentado por Adolfo Suárez, quien solicitó en 1977 la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (que más tarde se convertiría en Unión Europea), solicitud que fue aprobada para que se iniciaran las negociaciones un año después.
El siguiente Presidente, Leopoldo Calvo-Sotelo, siguió en el camino de integrar a España dentro de la comunidad internacional a través de incorporar el país a la OTAN en 1982. A lo anterior se opuso el PSOE, que prometió que de llegar al poder haría un referéndum para sacar a España de la Alianza. Cuando los socialistas llegaron al gobierno, de la mano de Felipe González, se vieron obligados a cumplir la promesa de la consulta, pero fue para que España permaneciera en el grupo militar, algo que fue refrendado por los votantes en 1986. Antes de eso, en 1985, se había producido el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. La aceptación de España como un miembro fiable de la comunidad internacional occidental funcionaba bastante bien.
Y fue José María Aznar, con su llegada al poder en 1996, quien se propuso llevar a España a una situación aún más elevada, a través de convertirse en un socio preferencial en Europa de Estados Unidos, únicamente por detrás de Gran Bretaña. Eso lo consiguió con el apoyo diplomático de España a la invasión de Estados Unidos del Iraq de Saddam Hussein y la posterior participación, una vez terminada la guerra, del ejército español en la reconstrucción del país. España se colocaba en una posición envidiable por su cercanía a la única potencia mundial, Estados Unidos.
Pero todo eso cambió con la llegada a los mandos de España de Zapatero, en 2004, quien con su antiamericanismo e izquierdismo militante, que le llevó a la retirada unilateral y urgente del ejército de España de Iraq, se ganó la desconfianza de Estados Unidos en particular y los países occidentales en general. España destruía así todo lo conseguido con Suárez, Calvo-Sotelo, González y Aznar de un plumazo y pasaba de las alturas al suelo en política internacional.
Un suelo del que España no se levantó bajo la dirección de Mariano Rajoy desde 2011, quien, fiel a su estilo, no hizo nada, ni bueno ni malo, tanto en política nacional como internacional.
Y llegó Pedro Sánchez en 2018. Ciertamente en su primera etapa, tras la moción de censura, y en su segunda, tras su investidura después de las segundas elecciones de 2020, se limitó a hacer lo mismo que su predecesor, es decir nada. Algo más que nada, aunque más bien poco, porque ciertamente manejó con un cierto éxito el apoyo de España a Ucrania tras la invasión de Rusia, aún en contra de las posiciones del ala comunista del Gobierno, totalmente prorrusa.
Pero las cosas han cambiado con las elecciones de 2023. Tras la espantosa masacre terrorista de Hamás contra Israel el 7 de octubre dos ministras comunistas del Gobierno, Irene Montero e Ione Belarra, se mostraron públicamente de facto de parte de los terroristas, al igual que, un poco menos explícitamente (pero no mucho), la vicepresidenta Yolanda Díaz. Las cosas parecían que podían volver a encaminarse tras la investidura, con la salida del Gobierno de Montero y Belarra; pero la entrada en dicho Gobierno como ministros de otros dos explícitos proterroristas palestinos (fueron dos de los 21 europarlamentarios que votaron en contra de condenar la masacre perpetrada por Hamás, mientras que la propuesta fue aprobada con que fue aprobada con 24 abstenciones y por 500 votos favorables), Ernest Urtasun y Sira Rego, no presagiaba nada bueno.
Mas lo que nadie esperaba era el posicionamiento del mismo Presidente de Gobierno. Pedro Sánchez se esforzó vez tras vez por equiparar al Estado de Israel, una democracia perfectamente homologable a las occidentales, donde reina la libertad individual y una Justicia independiente, a sus atacantes terroristas gazatíes de Hamás que los masacraron, una zona gobernada por una subcultura en la que la tiranía religiosa, la falta de libertad, la ausencia de un poder judicial y los linchamientos públicos son moneda corriente. Ello llevó a la protesta diplomática de Israel primero y la retirada de su embajadora en España después.
Uno de los ejes centrales de Pedro Sánchez parecía ser en principio su proyección personal (que afectaría positivamente a España) en la Unión Europea a través de la presidencia de turno de la UE de España en el segundo semestre de 2023. Pero la cosa no pudo terminar peor cuando Sánchez optó por encararse con malos modos con el líder del Partido Popular Europeo (uno, dos y tres). España se convirtió en ese mismo momento en un socio impresentable dentro de la Unión Europea.
Y para rematar la faena (por ahora) tenemos la decisión de, en la más pura línea de Zapatero, escupir en la cara a Estados Unidos (y de paso insultar a la Unión Europea), optando por, en vez de colaborar con la única potencia mundial, posicionarse al lado de los terroristas hutíes, aliados incondicionales de Hamás. España se vuelve un socio en quien no poder confiar en absoluto para la Unión Europea y un país infiel y traidor para Estados Unidos. De una sola tacada.
Alguien podría decir que España puede sobrevivir sin problemas en la esfera internacional sin la confianza de los países de la Unión Europea, Israel y Estados Unidos. ¿Seguro? Sobrevivir sí, pero no sin problemas. ¿Recuerdan el comportamiento de Francia, cuando el aislacionismo franquista, protegiendo a terroristas etarras? No llegaremos a esa gravedad. O sí. Porque ahí está la amenaza terrorista islamista, que se puede cobrar de una sola vez más víctimas que las producidas por ETA en toda su historia. Porque cuando hablamos de que España se indispone con Estados Unidos e Israel estamos hablando también de indisponerse con los dos mejores servicios secretos del mundo, la CIA y el Mossad. No sé cuanta información le pasará la CIA al CNI español de ahora en adelante (me temo que poca, tras el insulto recibido por su país), pero sí estoy seguro de la cantidad que recibirá del Mossad: absolutamente nada.
Por no hablar de que Marruecos cada día está más cerca de convertirse en socio preferencial, en detrimento de España, de Estados Unidos e Israel. Una cuestión, la recurrente problemática hispano-marroquí, en la que la Unión Europea también puede optar por ponerse de perfil, dejando a España completamente sola.
La confianza internacional se tarda muchos años en ganarla. Pero muy poco tiempo en echarla a perder. Y nuevamente un largo periodo en volver a tenerla. España trabajó durante 27 años una ventajosa posición internacional. Zapatero la echó por tierra en un breve tiempo. Y hasta estos tiempos, 19 años después, ahí había estado, al nivel del pavimento. Pero hoy Sánchez se esfuerza con ahínco en cavar hacia el subsuelo, y en todas las direcciones (Israel, UE, EEUU), por anteponer su ideología extremista y su egolatría personal (trató a Netanyahu en Israel y a Weber en el Parlamento Europeo con los mismos desprecios e insultos con los que trata cada día en España a Feijóo, olvidando que ni Israel ni la UE son España). Las consecuencias a pagar por ese desatino pueden durar lustros (lo de Zapatero iba camino de cuatro). O decenios, si no aparece un gobernante que sepa enderezarlas. Unas consecuencias que con toda seguridad no pagará Sánchez, sino, en mayor o menor grado (me temo lo primero, por como pintan las cosas), el conjunto de los españoles.
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