Era mi día libre (es un decir). Llegué ante el cajero del HEB cercano a casa con la idea de pagar y salir a toda prisa, para terminar lo antes posible las tareas que tenía por delante. El trabajador era un muchacho joven, hispano, con quien me relaciono en español, y al que
no conocía más allá de las rutinas de pago de la mercancía. Por eso me quedé totalmente sorprendido cuando, incluso antes del clásico "buenos días, ¿cómo está?" (que de hecho nunca pronunció), me alargó la mano. Se la estreché, supongo que con cara de extrañeza, sin saber la razón de tanta cortesía (¿sería la nueva norma del HEB? No, porque al anterior cliente no le saludó así).
Fue en ese momento en el que me dijo directamente, sin saludo previo, "yo también apoyo a Israel y no entiendo como hay tanta gente que está a favor de los palestinos, solamente porque es lo que oyen en la media [los medios de comunicación]". Solo entonces caí en la cuenta de que antes de salir de casa me había puesto mi gorra israelí (en la foto), como gesto de apoyo a Israel en esta guerra contra los terroristas de Hamás. Charlamos brevemente, mientras él escaneaba mi compra, sobre que Israel no tiene más remedio que hacer lo que está haciendo, porque si hace lo que gente querría que hiciese, o sea, nada, la próxima vez no serían 1.400 los asesinados, sino el doble.
Pagué y me dirigí como una bala a mi automóvil. A la salida me crucé con un honorable viejecita, americana, de unos setenta años, totalmente desconocida, que me miró y me sonrió. Supongo que también por mi gorra israelí.
Si hubiera estado en España supongo que el cajero me hubiera dado su opinión sobre mi familia y la viejecita me hubiera propinado una patada en la espinilla.
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