Me gustó mucho un análisis de Jesús Cacho que enlace por aquí y que tras su exhaustiva argumentación terminaba con esta dramática conclusión (las negritas son mías):
No sabemos cuándo ni dónde estallará, pero es seguro que tanta ignominia terminará estallando. Recemos para que sea sin sangre.
Me vinieron a la mente esas cuatro últimas palabras, que sea sin sangre, cuando he leído (no la he visto ni tengo ganas de hacerlo) acerca de lo que parece que fue una brutal intervención de Santiago Abascal contra Pedro Sánchez.
El socialista, lo sabemos todos, ha vendido todo lo vendible con tal de seguir en el sillón monclovita, y lo anterior incluye pactos con distintos grupos de comunistas totalitarios, soberanistas de distinto pelaje, sediciosos secesionistas condenados por ello, terroristas igualmente condenados por ello y huidos de la Justicia española que están en busca y captura. Y todo lo anterior aderezado con un lenguaje extremadamente violento cuando se dirige el único partido que le puede hacer sombra, el PP. Vamos, una auténtica joya el chico.
Pero Santiago Abascal también tiene lo suyo. Empecemos por los números, que son bastante puñeteros y difíciles de manipular (aunque no imposible). En las segundas elecciones de 2019 Vox consiguió 52 diputados, nada más y nada menos que un aumento de 28 respecto a las celebradas únicamente siete meses antes; un incuestionable exitazo en toda regla. Pero tres años y medio después, en las últimas elecciones celebradas en julio, pasó de esos 52 asientos a únicamente 33; un fracaso, igualmente incuestionable. Aunque lo peor (por ahora) es que en las últimas encuestas publicadas, ya con la amnistía sanchista en el centro de la pista de baile, Vox se queda entre 22 y 28 escaños, dependiendo de la fuente.
Lo anterior no son opiniones, son hechos. Ahora vamos con las valoraciones. Está claro que si Vox no quiere seguir en esa cuesta abajo y sin frenos la única alternativa que tiene es diferenciarse del PP en su oposición a Sánchez. Y diferenciarse mucho. Ello, claro está, demostrado que el PP sigue siendo la derechita cobarde y Vox la derecha sin complejos que le canta a Sánchez las verdades del barquero. Y en eso está Vox, en superar en dureza al PP, hagan los peperos lo que hagan. Y como Feijóo ha dejado de lado la blandenguería, Abascal, para superarle, se está echando al monte.
Cuidado con determinadas actitudes, que al final los que acaban pagando el pato son los de abajo. Sánchez lleva una escolta que a este paso va a superar a la del Presidente de Estados Unidos. En cuanto a Abascal, y solamente por poner un ejemplo, no recuerdo el día (tampoco tengo ganas de buscarlo) pero al principio de las protestas ante la sede del PSOE en Madrid el líder voxero acudió a una... abandonándola cuando empezaron las cargas policiales.
Los líderes políticos se pueden permitir el lujo de calentar la calle, ya sea para mantenerse en el poder o para frenar la pérdida de apoyos. Con palabras. Pero serán otros los que calienten esa calle con hechos. La situación se está radicalizando. Y, como toda situación tiene la posibilidad de empeorar, cabe la posibilidad de que se radicalice más. Incluso mucho más. ¿Hasta dónde? Pues seré claro y sin rodeos. Hasta que haya muertos. Pero no serán ni Pedro Sánchez ni Santiago Abascal los que mueran. Esperemos que alguien aplique un poco de cordura para que todo este radicalismo que ya está viviendo la sociedad civil española, y que todo apunta que irá a más, sea sin sangre.
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