Cuando llegué a Estados Unidos, hace más de veinte años, tuve la oportunidad de viajar bastantes veces a México, normalmente a las ciudades fronterizas con Texas y Arizona, aunque también fui dos veces a Monterrey. No es mucho, pero me sirvió para pensar que la cosa allá no podía ser peor. Una enorme corrupción de jueces y policías y una violencia ciertamente alta le obligaban a uno, por ejemplo, a tomar las medidas de autoprotección que considerara necesarias sin poder confiar para nada en las autoridades del país.
Pues el tiempo ha venido a demostrar que yo estaba totalmente equivocado. El México de hoy es peor que aquel de hace veinte años; de hecho es muchísimo peor. Desconozco si el nivel de corrupción ha aumentado (desde luego no ha disminuido), pero lo que si se ha elevado hasta límites impensables ha sido el nivel de violencia. Las mafias hacen y deshacen a su antojo, llegando a controlar zonas enteras, en las que actuan con plena impunidad. Por poner solamente un ejemplo, si a un jefe de una mafia le gusta cierto terreno, el dueño del mismo se lo tiene que casi regalar por el precio que el mafioso quiera; es eso o una muerte segura, de él o de familiares cercanos hasta que ceda a la supuesta venta. Otro ejemplo es el impuesto a los comerciantes por protección, que todos sabemos lo que es: o me pagas o te destrozo el negocio (y puede que también la vida). Los asaltos y secuestros a personas que llegan de Estados Unidos son moneda completamente corriente (hoy no creo que cruzaría la frontera a menos que fuese completamente necesario, cuando antaño lo hacía simplemente para comer fuera por un precio mucho más barato que aquí, por ejemplo). Y, tal vez lo peor, los asesinatos a manos de los mafiosos son el pan de cada día; asesinatos que, por supuesto, se quedan completamente impunes.
Eso es México (y mucho más y peor) hoy en día. Un país con un potencial enorme convertido en un auténtico desastre. Y ahora, por desgracia, no me atrevo a decir que no pueder ser peor.
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