Hará como tres años llegó a la empresa en la que trabajo una joven de unos treinta años (si acaso) de muy buen ver para ocupar la posición, que se había quedado vacante, de nada más y nada menos que de numero dos. Sin duda la muchacha es muy competente, pero todo el mundo comentaba que era demasiado joven para haber llegado tan rápidamente a esa responsabilidad.
Hace poco mi hija (que hasta que ha abandonado la empresa, hace poco, para regresar a sus estudios, ocupaba un cargo de supervisora, por el que se enteraba de más cosas que yo) me comentó que esa joven vino proveniente de otra agencia de la misma empresa en otra ciudad cercana, con la recomendación expresa del director de dicha sucursal, que es íntimo amigo del que dirige la dependencia en la que yo trabajo.
En principio nada que objetar. De no ser por un "pequeño" detalle: la veinteañera o treintañera hacía muy poco tiempo que había dado a luz dos hermosas gemelas cuyo padre es... ¿adivináis quién?; pues sí, malpensados, efectivamente, el cincuentón director de aquella sucursal. Qué cosas, ¿eh?
La diferencia con otros casos de público conocimiento es que en el que nos ocupa ella no ha montado ningún pollo, sino que se limita a ocupar (con bastante competencia, ciertamente) y disfrutar el cargo que obtuvo con su... bien hacer (supongo).
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