Le dejaron morir. Una vez más se impuso la cultura de la muerte sobre la cultura de la vida. La opinión de los padres no importó. Les podían haber permitido que se lo llevaran a otro hospital, por ejemplo. Pero no. Los médicos primero y los jueces después dictaminaron que su vida no merecía ser vivida. Y le dejaron morir.
Es el tercer caso del que he tenido conocimiento. Primero fue el de Charlie Gard, un bebé de diez meses (uno, dos, tres y cuatro). Después el de Alfie Evans, un niño de poco menos de dos años (uno, dos y tres). Y ahora este chico, Archie Battersbee, de doce años (sobre el que enlacé un artículo).
Sigo pensando lo mismo. La vida debe primar sobre la muerte. La opinión de los familiares que demuestran que quieren a los enfermos debe primar sobre la opinión del Estado. Pero no es así. El Estado decide. Y lo hace por la muerte. Y esto es lo que sucede:
Ella Carter, tía del menor que en las últimas semanas ha actuado en algunos momentos como portavoz de la familia, explicó que «le quitaron todos los medicamentos a las diez en punto. Todas sus constantes permanecieron completamente estables durante dos horas hasta que apagaron el ventilador, y luego se puso completamente azul». «No hay absolutamente nada de digno en ver asfixiarse a un niño o a un miembro de la familia. Ninguna familia debería tener que pasar por lo que hemos pasado, es bárbaro», denunció.
No tengo palabras. Solo un nudo en la garganta.
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