Lo prometido es deuda y voy a pagarla. Cuando mi padre, guardia civil, regresó de su destino temporal en el País Vasco, concretamente en el famoso cuartel de Intxaurrondo, nos contó algunas cosas que vivió allí.
Al poco de llegar allí, tras la detención de un etarra, le invitaron a algo que él no sabía lo que era. Entró en la habitación que le señalaron y lo que comprobó fue un hombre, el etarra detenido, esposado, mientras era golpeado sin piedad por un grupo de guardias civiles (no recuerdo el número). Mi padre no era precisamente ni un pacifista ni un ser compasivo con los etarras. Pero nos dijo que la escena, un sujeto indefenso golpeado con saña por un grupo de salvajes, le desagradó profundamente. Cuando el oficial a cargo de la paliza (encargado sobre todo de que no mataran al tipo) vio que mi padre no participaba de la golpiza y su cara de desagrado se le acercó y le vino a decir que aquello era voluntario, que a nadie se le obligaba a participar o mirar, y que si quería se podía marchar. Mi padre hizo el saludo militar, pronunció un "gracias, mi teniente; a sus órdenes, mi teniente" y se marchó. Nunca más le invitaron ni fue a una sesión así.
Mi padre nos comentó que los que participaban en las palizas eran casi siempre los mismos, un grupo que casi únicamente se relacionaba entre ellos y muy poco con los demás. Unos sujetos que, además, eran mala gente como personas y en general muy malhablados. Unos indeseables, vamos.
Y no es que mi padre sintiera ninguna compasión por los terroristas que eran sometidos a esas palizas antes de entregarlos al juez. Para mi padre eran asesinos o cómplices de asesinos y todos los males que les pasaran ellos mismos se los habían buscado. Pero pensaba que a él no la pagaban por golpearles, que él podía matar en acto de servicio (nunca lo tuvo que hacer), pero que no valía para apalizar a un ser indefenso, independientemente de lo que hubiera hecho. Para eso, nos dijo mi padre, estaban esos otros guardias civiles de la peor calaña (en todas las profesiones hay gente buena y mala, un uniforme no cambia los valores), con los que prácticamente nadie en el cuartel quería relacionarse.
Alguno podrá pensar que lo que mi padre nos contó era mentira y que él participó en las palizas. Estoy seguro de que no. Primero, porque conocía a mi padre y no era el tipo al que le gusta hacer daño por el mero hecho de hacer daño. Y segundo, porque no tenía ningún motivo para contarnos una historia así, incluidos todos esos detalles, sino que, de ser participante de los hechos, bien pudo decir que a nadie se le golpeaba y punto.
Esa es mi historia sobre las torturas en el Cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo. Torturas, sí, porque una brutal paliza de un grupo a un ser esposado e indefenso solo puede ser calificada así.
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