Mi padre era guardia civil y hubo varios años en que estuvo destinado en una unidad, bastante grande numéricamente, de servicios especiales (escoltas de diverso tipo, traslados de presos, controles de carretera, lo que se necesitara) en Madrid. Eran los años de plomo, en los que ETA asesinaba todas las semanas, a veces todos los días. Así que entre esos servicios especiales se les encargó el refuerzo de los efectivos en el País Vasco. Y a él le mandaron temporalmente, no recuerdo si por seis meses o por un año, a ese refuerzo al célebre cuartel de Intxaurrondo (otro día os relato lo que él me contó que vio allí).
Eran otros tiempos en los que las comunicaciones eran mucho más escasas que hoy. Así que desde que mi padre se fue mi madre, mi hermano y yo nos reuníamos en torno al televisor a la hora de los telediarios, tres de la tarde y nueve de la noche. Yo participaba de la reunión de las nueve de lunes a viernes y de las dos los fines de semana, porque los días de diario estaba a las tres en la escuela.
Los atentados terroristas abrían siempre los telediarios. Así que los primeros instantes eran realmente dramáticos. Si comenzaban con otra noticia, éramos felices. Pero el problema era cuando, tras la sintonía y tal, el periodista decía algo así como "hoy se ha producido otro atentado...". Los segundos que transcurrían entre ese anuncio y los nombres de los asesinados eran eternos. Y luego el contradictorio suspiro de alivio de los tres, cuando era otro nombre, porque nos alegrábamos de que el asesinado (sí, asesinado, no muerto) no había sido mi padre, pero lamentábamos que hubiera sido otro.
Gracias a Dios mi padre no fue asesinado en atentado terrorista en el País Vasco y, tras su tiempo allá, regreso a casa a salvo.
Todo el mundo en el barrio sabía que mi padre era guardia civil. Más tarde me enteré de que cada mañana mi madre se levantaba a prepararle el desayuno, y cuando partía de casa, siempre a la misma hora, ella salía a la terraza de nuestro piso, lloviera con viento o hiciera un frío inmenso, para verle doblar la esquina rumbo a la parada del autobús... y aguardar con la esperanza de no escuchar el sonido de los disparos que habrían acabado con la vida de mi padre. Un minuto, dos. Nada. Un suspiro de alivio (esta vez sin contradicción) y para dentro. Un día más sin ser asesinado.
Gracias a Dios tampoco mi padre fue asesinado en atentando atentado terrorista en Madrid. Se acabó jubilando y murió de muerte natural.
Por eso cuando vi al Presidente del Gobierno del Reino España, excelentísimo señor don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, en una foto sonriente con los terroristas que amenazaron por años la vida de mi padre, sentí asco. Mucho asco. Y no puedo ni imaginar lo que sintieron los hijos de los que fueron asesinados y tuvieron que ir muchos de ellos a un funeral con el féretro cerrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Después de siete días de la publicación de un artículo todos los comentarios necesitan aprobación.