Las cesiones de Pedro Sánchez a comunistas, nacionalistas, terroristas, sediciosos y fugados eran, ya antes de las elecciones generales del pasado julio, absolutamente previsibles si necesitaba sus apoyos para seguir en Moncloa. Después de haber visto su comportamiento durante los cinco años que ha estado al frente del país, repletos de contradicciones entre lo que dijo y lo que hizo después, nadie podía llamarse a engaño. Sánchez haría lo mismo que había hecho, es decir, lo que fuera, cualquier cosa, con tal de continuar como Presidente del Gobierno, ante aquellos cuyos apoyos necesitase en la partidocracia española. Como alguien dijo, somos afortunados de que no necesita el apoyo de Hamás, porque si así fuera sería capaz hasta de defender activamente el terrorismo palestino.
Los números que la partidocracia española arrojó ayer son claros. Los partidos que dieron su apoyo a Sánchez contaron con 12.610.939 votantes, mientras que los que se opusieron fueron votados por 11.270.025. Estamos hablando, por lo tanto, de exactamente 1.340.914 votos de diferencia. Que no son precisamente pocos.
Guste o no, la elección de Pedro Sánchez como Presidente de Gobierno es, dentro del sistema que rige en España (repito, partidocrático en mi opinión), totalmente democrática. Nada que objetar desde el punto de vista de lo que recogen las leyes, empezando por la Constitución.
Y, por ahora, llevamos ya 22 dramáticas cesiones, sin que esto haya empezado realmente. Porque únicamente estamos en la fase del partido de la presentación de los jugadores. El juego aún no ha comenzado.
Ahora son muchos los que se llevan las manos a la cabeza. Mención aparte merecen los socialistas que se están desmarcando de estas decisiones. ¿Ahora? A buenas horas, mangas verdes. Ya lo podían haber hecho antes de las elecciones, cuando, repito, este desastre era perfectamente previsible si los números lo hacían necesario.
Pocos nos pasa.
Pero, ¿hay solución? Sí, la hay. Mañana la cuento.
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