Me gusta el teatro. Hasta cuando se transmite por televisión. Como en aquel programa, Estudio 1, en el que TVE emitía teatro cada semana. Tal vez por eso me gusta la política, porque no deja de ser, en mayor o menor grado, teatro.
Ahora bien, hay un problema en el teatro. Es la sobreactuación. Cuando un actor comete ese error la obra queda dañada y el argumento imposible de creer. Y sucede lo mismo en la política.
La sobreactuación de Pedro Sánchez fue evidente con el aplauso del Consejo de Ministros, montado para posteriormente hacerlo público. Pero aquello quedó en poco ante la sobreactuación, ahora ya más que evidente, ante la preparada entrada de Sánchez en el Congreso entre los aplausos de socialistas y podemistas, con el agravante de que los primeros había sobrellenado sus escaños, al incumplir el pacto de solamente estar la mitad de los diputados.
Sobreactuaciones como las mencionadas deberían llevar a los votantes a abandonar a este político convertido en un mal actor llamado Pedro Sánchez. Porque todo en él es actuación. Y egolatría. Pero que nada, que ahí sigue el personal, apoyándole. A pesar de sus mentiras, a pesar de su culto a sí mismo, a pesar de sus sobreactuaciones. Y uno, que intentan guiarse por el sentido común, simplemente no lo entiende.
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