me di una vuelta por ella y me encontré con un titular de una noticia que decía que el 57% de los españoles rechazan la amnistía, pero no los votantes socialistas.
57%. Me pareció poco con la que está cayendo de un delincuente huido al que le permiten poner condiciones. Pinché. Las derechas a muerte contra la amnistía. Los independentistas y los ultraizquierdistas lo mismo pero a favor. Lo normal, vamos. ¿Y los socialistas? Esa es la clave. Y las matemáticas, puñeteras ellas, nos dicen que el 54,8% está a favor, el 26,3% está en contra y hasta el 18,9% ni fu ni fa. Vamos, que tres de cada cuatro votantes socialistas no le hacen asco a borrar todo vestigio de un delito de intentar romper España y únicamente uno de cada cuatro se muestra claramente en contra.
En esos números, repito, está la clave. Si hubiera manifestaciones de votantes socialistas antes las sedes del PSOE en contra de la amnistía la cosa sería diferente. Si muchos afiliados socialistas rompieran el carnet públicamente el asunto tomaría otro color. Pero con este apoyo socialista a la amnistía, Pedro Sánchez puede dormir tranquilo.
Los argumentos, jurídicos y políticos, contra la amnistía son indiscutibles (hasta para el propio Sánchez hace bien poco). El nuevo cambio de opinión de Sánchez está totalmente claro. La entrega de un arrodillado Estado de Derecho a un prófugo de la Justicia es indudable. Que la amnistía no es una medida de pacificación, sino una cesión a un chantaje, lo ve cualquiera. Son cosas más que evidentes.
Pero los votantes socialistas mayoritariamente opinan que es mejor pactar con un delincuente fugado que arriesgarse a perder el Gobierno. No Pedro Sánchez (que también, claro), sino los votantes socialistas de a pie. En esas condiciones no hay nada que hacer. No hay peor ciego que un votante socialista que no quiere ver lo más obvio. Habrá amnistía.
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