He intentado mantener la calma en medio de todas las espantosas noticias e imágenes que he visto desde el sábado del atroz ataque de Hamás a Israel, pero ya me es imposible.
Hace seis años me declaré islamófobo. Lo que veo ahora me lo confirma. No es más que llevar esa perversa idea religiosa, fundada por un miserable, un ladrón, asesino y pervertido sexual y un endemoniado, hasta sus últimas consecuencias.
Son, literalmente, unos auténticos hijos de Satanás, porque es él quien directamente les posee y les inspira todas esas atrocidades. Y si no se arrepienten (cosa que dudo mucho que hagan) están malditamente condenados a un lugar muy especial en el infierno, donde pagarán todos esos espantos a lo largo de la eternidad.
Y, aunque no al mismo nivel, son también unos malditos hijos de Satanás todos los que, por activa o por pasiva, les apoyan. Que, como hemos visto en los últimos días, no son precisamente pocos, particularmente en Europa, los territorios palestinos y los países musulmanes.
Pero les puedo asegurar algo, a los de Hamás y a sus amigos, que el tiempo de sus celebraciones por las atrocidades cometidas será corto. Dentro de no mucho vendrá el llanto y las manifestaciones de protesta. Algunos comprobarán y los demás verán la ira de Israel; una ira que, ateniéndose a la máxima gravedad de la crueldad, será expresada como nunca antes lo fue. Y no tardando mucho.
Y lo dejo aquí, porque si sigo escribiendo voy a correr el riesgo de que me cierren el blog.
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