El otro día estaba hablando con mi hija de que una de las bases fundamentales del liberalismo es la libertad individual, que quiere decir que ningún grupo, por mayoritario que sea, tiene el derecho de imponer nada a otro grupo, por minoritario que sea; incluso no puede imponer nada a un solo individuo que discrepe de lo que el grupo mayoritario (integrado hasta por todos menos él) opine.
Cualquiera que se tiene a sí mismo por liberal diría que está a favor de esta aseveración. En teoría. Porque otra cosa es la práctica. Y es que normalmente cuando esa persona forma parte de una determinada religión que es mayoritaria en su país defiende que esa religión sea mantenida por el Estado. Lo que pasa es que con ello el grupo mayoritario (que es miembro de esa religión), está obligando a un grupo minoritario (que no es miembro) a mantener una religión con la que no está de acuerdo.
Y, ojo al dato, no estamos hablando de cuestiones básicas (como podrían ser sanidad, educación, trasporte, defensa, seguridad), sino de cuestiones que se circunscriben netamente al ámbito de las creencias personales.
¿Es liberal aquel que defiende obligar a otros que no desean hacerlo a mantener económicamente la práctica ritual colectiva de sus creencias personales? Para mí la respuesta es evidente. No.
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