Nacieron durante la Guerra Civil y les tocó vivir todas las penurias de los años posteriores a la misma, hambre incluida. Trabajaron duro desde su niñez para levantar un país completamente en ruinas. Y lo consiguieron con su enorme esfuerzo, dando a los españoles y no españoles que viven en el país la España que es hoy.
Pero es la cifra mayor de corte (hay otras, dependiendo de las circunstancias, 70 o 60). Esa expresión quiere decir, en la práctica, que son a los que se les deja morir sin los cuidados extraordinaios de una Unidad de Cuidados Intensivos. Así de claro. Así de duro.
Lo dieron todo y cuando más lo necesitaban la sociedad más solidaria del mundo y la mejor sanidad del mundo lo único que les ofrecieron fue dejarles morir en completa soledad con cuidados paliativos.
Copio unas palabra que me impresionaron de Agustín Valladolid en Vozpópuli en un artículo que ya enlacé por aquí (las negritas son de él):
Hay quien en estos días lo ha expresado con lúcida sencillez en las redes sociales: estamos dejando morir a la mejor generación viva de este país, la que en mayor medida se ha sacrificado tras la guerra civil y ha sostenido la red de rescate social en los momentos más duros; la que, por ejemplo, mantuvo a flote con sus pensiones a millones de familias durante la crisis de 2008. La estamos dejando morir cuando era y es, con mucho, la que las autoridades tendrían que haber identificado desde el primer momento como la principal prioridad, la que una sociedad madura nunca debería haber soslayado, haciendo como que no la veía, asumiendo con una espeluznante frialdad la masiva desaparición de nuestros mayores en ignominiosa soledad. Una gigantesca injusticia colectiva, una inmoralidad que nos perseguirá como sociedad durante mucho tiempo: la de situar a los ancianos en el furgón de cola de la atención sanitaria. Nunca podremos perdonárnoslo.
Y, sin poder evitarlo, siento asco. Mucho asco. Muchísimo.
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