Tengo la costumbre, no sé si buena o mala, de llevar la mascarilla en el bolsillo y ponérmela justo cuando voy a entrar en la tienda que sea, en la misma puerta o un poco después. Y ayer, cuando avanzaba yo por el paso de peatones que conduce a la entrada, entre los que salían (que eran bastantes, por ser sábado) apareció un terrible policía texano.
Ante ello, influenciado yo por la opinión que leo en los medios de comunicación españoles del comportamiento de los terribles policías texanos, así como por los comportamientos ciertos de los bonachones policías españoles, pensé que iba a sacar su pistola, apuntarme directamente al pecho y obligarme a tenderme en el suelo, para posteriorme esposarme y arrestarme por haber puesto en peligro la salud del mundo mundial (o cuando menos de todo Texas y los estados colindantes).
Pero no. Me miró y no dijo ni hizo nada. Absolutamente nada. El siguió a lo suyo y yo a lo mío. Lo dicho, actitudes de los terribles policías texanos, que nada tienen que ver con las actitudes de los bonachones y respetuosos con las libertades individuales policías españoles.
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