lunes, 28 de septiembre de 2020

Cuando me tocó ir delante de un juez por una luz fundida de la matrícula

Esto ocurrió poco antes del confinamiento, y unos días por otros dejé de contarlo por aquí. Regresaba yo a casa después del trabajo cuando vi en la parte superior del espejo retrovisor la luces azules y rojas que significaban que un policía había decidido pararme. Me eché a un lado y después de un buen rato (parece que era lento comprobando la matricula de mi coche en su ordenador) apareció el policía al lado de mi ventanilla, preguntándome que si yo sabía la razón por la que me había parado (una rutina que practican cuando tienen la intención de ponerle a uno un warning en vez de la multa). Le dije, y era sincero, que no tenía la menor idea. Me comunicó que tenía una luz de la matricula fundida y me pidió mi permiso de conducir. Se lo di y se marchó de nuevo a su coche. Otra vez tardó una inmensidad (parece que el manejo del ordenador no era lo suyo). Yo estaba tranquilo, porque era evidente que no me iba a multar, por lo ínfimo de la infracción y por la pregunta que me hizo. Finalmente regresó... con la multa en la mano. Me dijo la retaila de que me iba a multar, que debía firmar el acuse de recibo, que eso no era admisión de culpabilidad, y que podía pagar la multa o acudir ante el juez a exponer mis argumentos si no estaba de acuerdo. Estampé mi firma y le pregunté que cuanto era la multa. Me dijo que no lo sabía, porque no había salido la cantidad, que saldría en unos días, y que para saberlo llamara a un determinado teléfono o visitara una concreta web que figuraban en la multa, pero que no me preocupara, que sería solamente alrededor de unos cien dólares (pensé que evidentemente su poder adquisitivo no era semejante al mío, porque a mí alrededor de cien dólares me parece una cantidad preocupante). Y adios. Dudo que si yo hubiera sido un angloamericano me hubiera puesto esa multa, pero eso es una valoración personal mía, imposible de demostrar.

Al día siguiente, de noche, le saqué un par de fotos a la placa con la luz fundida, una cerca y otra un poco más lejos. Le puse una luz nueva y le volví a sacar otras dos fotos desde las mismas distancias.

Y llegó la multa. Y no, no fueron los alrededor de cien dólares que me anunció el policía. Fueron 180 dólares. Así que, por supuesto, decidí hacer uso de mi derecho a ir delante del juez, por lo que imprimí las fotos. La cita estaba programada como para un mes después. La misma jueza de infracciones. Cuando me tocó el turno le enseñé las fotos antes y después del arreglo. Me dio las gracias, y me bajó la multa ¡a diez dólares! Le di las gracias y abandoné la sala. Pagué en ventanilla los diez dóleres de marras y regresé contento a casa.

Sé que todo este procedimiento es difícil de entender en España. Pero funciona. Y al menos le hace sentir a uno que el Estado no es un ente al que lo único que le importa es requisarle a uno el dinero, cuanto más mejor. Algo es algo.

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