Anda el monarquismo patrio preocupado por la posibilidad de que Pedro Sánchez se la monte parda y acabe quitándole a Felipe VI el chiringuito.
Mi intención con este texto es calmar a los defensores de la tradicional institución anclada en la noche de los tiempos.
Porque Pedro Sánchez no es republicano. Ni monárquico, claro. Por no ser no es ni tan siquiera socialista. Es que Sánchez no es nada, vamos.
Por dos razones. La primera, porque ello implicaría que tiene alguna idea política, algo que está aún por demostrarse.
Y la segunda y más importante, porque Pedro Sánchez únicamente es... sanchista. Vamos, seguidor de sí mismo. Si pudiera crearía su propio club de fans y él sería, por supuesto, el presidente del mismo.
Aunque en realidad, más que sanchista, Sánchez es Ególatra (sí, con mayúscula). Estoy casi seguro que después de levantarse de la cama, ducharse, afeitarse, perfumarse y acicalarse (quién sabe qué más cuidados corporales practicará) le da un beso a la imagen que le devuelve el espejo. Y tan solo después es que besa a Begoña. Con la idea, claro, de preguntarle rápidamente: "¿qué tal, mi amor, como se ve el hombre más guapo del mundo?"
Y venga, a comerse el mundo (aunque sea a costa de destruir España). Lo que para este señor signífica permanecer en La Moncloa. Al precio que sea. Y lo demás es para losers, palabra que habrá añadido a su buen inglés de parte de Trump.
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