Hace poco, por cuestiones de trabajo, conocí a un gringo que, al poco de empezar a hablar, me preguntó que de donde yo era, porque evidentemente mexicano no (el fuerte acento español me delata). Le dije mi procedencia y a partir de ahí me contó que su esposa era venezolana. Que pusieron la solicitud para traer a sus suegros a Estados Unidos y que en cuanto inmigración se la aprobó fueron a por ellos a Venezuela. Su lugar de residencia era Valencia, ciudad a un par de horas por carretera de Caracas, el aeropuerto más cercano.
Pues bien (es un decir, claro) entre los dos viajes por carretera (el de ida, él y su esposa, y el de vuelta, también con sus suegros) me contó que se encontró con tres puestos de control (ojo al dato, tres puestos en 167 kilómetros), y en todos ellos tuvo que sobornar a los militares o policías que les pararon, a pesar de tener todos los papeles en regla (por supuesto los suegros viajaron con lo puesto). No me dijo la cuantía de los sobornos, pero fueron tan altos que, entre los billetes de avión y dichos sobornos, se les fue todos los ahorros que tenían. Tomando en cuestión que el gringo, sin ser millonario, desempeña en la compañía un puesto que le permite estar cómodamente entre la clase media de Estados Unidos (supongo que él debe tener unos ingresos apróximados de 50.000 dólares por año, independientemente de lo que gane su esposa). A partir de ahí supongo que los sobornos en los puestos de control no bajaron de 500 dólares cada vez (puede que incluso más).
Así están las cosas en Venezuela. Que cada cual saque sus propias conclusiones.
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