Después de mi visceral yolandismo de ayer regreso a mi cerebral realismo. La defenestración de Irene Montero por parte de Yolanda Díaz será sin
duda un gran beneficio para la política española (como lo fue que Ayuso se cargara a Iglesias). Pero, seamos claros, la gallega no lo ha hecho por eso. Ni tan siquiera lo ha hecho porque, como dicen, la presencia de la de Galapagar restara en las listas (cosa que no era cierta, nadie iba a dejar de votar a Sumar porque ella fuera como candidata). No lo ha hecho tampoco por la ley del solo sí es sí, porque en la misma la vicepresidenta se posicionó todo el tiempo incondicionalmente al lado de la ministra.
Si Yolanda Díaz se ha deshecho sin contemplaciones de Irene Montero ha sido por una única razón, porque le es molesta a nivel personal. Porque era consciente de que la fuerte personalidad de la madrileña le iba a quitar foco en el Congreso de los Diputados. Porque no quiere nadie que le pueda quitar un ápice de protagonismo. Porque Yolanda quiere ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Porque quiere ser el centro de atención en todo momento. Y todo eso era imposible con Irene Montero sentada como diputada.
Miren las listas de Sumar y vean que Yolanda Díaz se ha cuidado de no incorporar a nadie que le pueda hacer la menor sombra. Todos y todas están al entero servicio de la diva sumareña. Esa era la meta. Y en esa meta se interponía la de los gritos. Por eso la ha mandado a Galapagar. Y ella al centro de la pista. Que en Sumar no hay sitio para dos reinas.
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