Tal vez será cosa mia, que debo ser una especie de irresponsable que va poniendo en peligro la salud y la vida de la sociedad en la que vivo (rodeado de personas que son lo mismo, porque se comportan igual que yo). Pero por estos lares (Houston, Texas, para los que no lo sepan) los seis pies (dos metros) de distancia es una recomendación, no una imposición. Y yo la guardo o no con quien me apetece y por las razones que me da la gana. Y hasta ahora (llevamos en esto más de dos meses) nadie me ha criticado por mi conducta.
Por eso me llama tanto la atención que en casi todos los medios de comunicación españoles se escandalizan cuando ven a personas que libremente deciden no estar tan separadas como marca la nueva moda políticamente correcta. Y hasta escucho consejos de que las personas alrededor deberían afear la conducta a los que no se alejan unos de otros (con el peligro, añado yo, que eso conlleva para la concordia social, porque los afeados se sentirán ofendidos y se defenderán, y esas cosas tienden a ir más).
No puedo entender esa obsesión con obligar a los demás a esa separación. Allá cada cual con lo que quiera hacer. Porque medios personales eficientes para protegerse del contagio haberlos haylos. Y no es necesario obligar a nadie a hacer algo que no desea. Sobre todo cuando ya entramos en cuestiones tan personales como el acercamiento o el modo de saludo. Porque las libertades individuales deben ser respetadas. Aunque, claro, algunos (aparentemente muchos) parece que ponen los derechos sociales por delante de dichas libertades individuales (gracias, Miguel Angel Velarde, por la lección). Y por eso las cosas están como están.
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