Daniel Ortega es el último ejemplo (por ahora) de esos líderes comunistas que llegan al poder a través de ganar unas elecciones democráticas, tras una campaña de crítica feroz a la corrupción de sus antecesores... solamente para finalmente ser más corruptos que ellos (muchísimo más), con el agravante de que, cuando les toca salir, se afianzan al poder por medio de una dictadura.
En las últimas elecciones generales celebradas en Nicaragua, el pasado día siete, el partido de Ortega obtuvo el 75.92% de los votos y 75 diputados sobre un total de 92. La elección presidencial Ortega la ganó con un 71.92% de apoyo.
El pantallazo de los precandidatos que ofrece la Wikipedia en el artículo ya enlazado no puede ser más elocuente (pinchar para agrandar y que sea más legible):
Tan elocuente que la Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos calificaron estas elecciones como una farsa antidemocrática.
Efectivamente tenía toda la razón Vargas Llosa cuando decía en su artículo titulado Votar “bien” y votar “mal” que votar “bien” es votar por la democracia; votar “mal” es votar contra ella.
Los nicaragüenses votaron en contra de la democracia cuando optaron por Daniel Ortega la primera vez, porque su pasado comunista era más que evidente. Ahora aunque quieren no pueden deshacerse de él. ¿Aprenderán los pueblos la lección? Me temo que algunos nunca.
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