No lo he seguido para nada. De hecho no recordaba ni cuando era
el certamen de Eurovisión hasta que hace unos momentos entré en internet y lo vi en las noticias.
Al final, mediocridad total de España, con su Eaea de Blanca Paloma, que en la clasificación final quedó en el puesto 17 de 26. Dicen que las comparaciones son odiosas (yo no lo creo), pero nada que ver con el tercer puesto de Chanel el pasado año (que supo a segundo, porque la victoria de Ucrania fue más política que musical, por razones obvias). Los que tenían que elegir la nueva canción no tomaron nota y se inclinaron por una españolada, al estilo de Terra (aunque algo mejor), que no llegó a cosechar el desastre de Chikilicuatre (menos mal), pero que quedó en una olvidable posición de la mitad de la tabla bastante para abajo. Al final, por desgracia, tuve la razón.
Vamos a ver si, ahora sí, aprenden de cara al año próximo que lo que da posibilidades en Eurovisión es ritmo y espectáculo, no canciones peregrinas en defensa de feminismos o idiosincrasias. La esperanza es lo último que se pierde.
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