que lo dije hace un par
de años:
Estamos, por lo tanto, ante la enésima repetición de la consabida historia del jefe, viejo y rico, y la secretaria, joven y guapa. Y también tan inteligente como para, a través de sus muchos encantos, meterse al jefe en el bolsillo y hacer de él un trapo a su servicio. Un trapo de usar y, probablemente, tirar.Y así ha sido. Porque curiosamente el tiempo de la ruptura, el mes de marzo, coincide exactamente con el momento en que Iglesias dejó la política nacional para embarcarse en un obligado casi suicida viaje en la política madrileña, ya que no quisieron hacerlo ni Alberto Garzón ni, ojo al dato, Irene Montero, con quien esas desavenencias políticas con toda seguridad afectaron a su relación sentimental. A lo que cabe añadir que Pablo Iglesias pasó a ser casi de la noche a la mañana un perfecto don nadie, sin nada que ofrecer a Irene Montero, ni a nivel económico, ni a nivel político, ni a nivel social; completamente diferente, vamos, de cuando se unieron sentimentalmente, momento en el que el líder podemista estaba en la cresta de la ola, mientras que en el momento de la ruptura el de la coleta (aún la tenía) estaba en su peor momento... y yendo cuesta abajo y sin frenos.
Y el machito Pablo, una vez utilizado y amortizado por la bella Irene, fue a parar al cubo de la basura, como un vulgar clinex. Precisamente él, que se creía el gallo del corral. Y a freír espárragos a Barcelona.
Repito, no me alegro de su desgracia personal (sí de la política, que beneficia a todos). Pero quién te ha visto y quién te ve, Pablo.
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