Nikolas Cruz llegó el 14 de febrero de 2018, cuando él contaba con 19 años de edad, a la escuela secundaria de la que fue expulsado, la Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, armado con un rifle
AR-15, disparando indiscriminadamente a todo el que se encontraba en su camino. Dejó, entre profesores y alumnos, un saldo de 17 asesinados y otros 17 heridos. Consiguió escapar mezclado entre los estudiantes que huían, pero fue arrestado como una hora después.
Sus abogados les ofrecieron a los fiscales una asunción de culpabilidad por parte de Cruz a cambio de que renunciasen a la pena de muerte y acordaran la cadena perpetua sin posibilidad de remisión. Los fiscales no lo aceptaron y decidieron buscar la pena de muerte. De todas formas Cruz aceptó hace un año, sin condiciones, la culpabilidad de 17 cargos de asesinato y 17 cargos de intento de asesinato. Hace pocos días terminó el juicio sobre la sentencia, una vez que la culpabilidad ya estaba reconocida. La acusación pedía la pena de muerte y la defensa la cadena perpetua. Finalmente el jurado se decanto por la cadena perpetua, considerando que, si bien Cruz merecía la pena de muerte por los asesinatos, las secuelas de que su madre abusó del alcohol y las drogas durante el embarazo le produjeron unos daños mentales que atenuaban hasta cierto punto esos asesinatos.
Hace un año Nikolas Cruz pronunció estas palabras, visiblemente emocionado, cuando reconoció su culpabilidad:
Lamento mucho lo que hice, tengo que vivir con eso todos los días y me trae pesadillas. A veces no puedo vivir conmigo mismo. Y si tuviera una segunda oportunidad, haría todo lo que esté en mi poder para tratar de ayudar a los demás.
Bueno, Nikolas Cruz ha conseguido su objetivo y el próximo 1 de noviembre será formalmente sentenciado a cadena perpetua. Ahí caerá el telón de lo mediático del caso y empezará la dura realidad para él. Con 24 años recién cumplidos será trasladado a una prisión de máxima seguridad. Por cierto, las prisiones estadounideses no son las peores del mundo, pero tampoco las mejores; y a estos presos no se les trata como víctimas de la sociedad, sino como asesinos que están pagando por sus hechos.
Ya no vestirá su uniforme militar con el que tanto le gustaba mostrarse en las redes sociales y que eligió para cometer la masacre, el que le hacía sentirse superior. En su lugar llevará un despersonalizante uniforme rojo, sin botones, de presidiario.
En esa prisión y con ese ropaje deberá permanecer hasta que muera. No habrá sueños que realizar, ni una novia de la que enamorarse (dicho sea también de paso, en las prisiones de Estados Unidos no se permiten las visitas privadas, así que no volverá a tener relaciones sexuales con una mujer durante toda su vida), ni metas por las que luchar. Un día seguirá a otro día en una brutal rutina sin fin. 10, 20, 30, 40, 50 años. Hasta la muerte.
Se puede pensar que, ya que ha luchado tanto por la cadena perpetua, es porque ha asumido la vida penitenciaria. No hay libertad, pero tampoco trabajo; los derechos son pocos, pero las obligaciones también son mínimas. No es el caso de Nikolas Cruz. Ya ha tenido enfrentamientos violentos con los guardias de la cárcel, lo que demuestra que no es feliz allá dentro y que no lo va a ser. Su comportamiento demuestra pensamientos continuos centrados en las armas, la sangre y la muerte. Y esto no ha hecho nada más que empezar.
Me impresionaron las dos fotografías que acompañan a este texto. Fueron tomadas el día en que Cruz reconoció su culpabilidad de 17 asesinatos y 17 intentos de asesinato. Llora. Supongo que por las víctimas, pero creo que también por él; consciente de las tragedias que sin ningún sentido provocó, pero igualmente consciente de la que se le viene encima.
¿De qué sirvió todo? ¿Para qué tanto dolor? Solamente para asesinar a 17 personas y destrozar por completo para toda la vida a sus familias. Y para que él, con 24 años, enfrente una cadena perpetua sin posibilidad de revisión, con una vida destrozada, toda ella dentro de la cárcel. Creerse superior porque se asesina indiscriminadamente es una cosa, pasar toda la vida en la cárcel desde la juventud es otra muy diferente.
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