Ayer enlacé el interesante artículo Por qué la revolución sexual solo ha beneficiado a los hombres (pero a pocos), con el que estoy totalmente de acuerdo. No solamente por la teoría, sino porque también, de refilón, lo he visto cumplido en mi vida.
Tengo 60 años, pero entré en la empresa en la que trabajo con 47. No soy ni atractivo ni feo, sino más bien del montón. Mi economía tampoco es ni muy alta ni muy baja, sino básicamente de la clase media. Mis creencias cristianas y mi filosofía ante la vida no me han llevado precisamente a ejercer de conquistador de mujeres, sino simplemente de hombre fiel y familiar. Pero mi personalidad en el trabajo es más bien extrovertida y de llevarme bien con todo el mundo, tanto hombres como mujeres, a la vez que intento ayudar en cualquier tarea siempre que me sea posible, nuevamente tanto a hombres como a mujeres.
Curiosamente en todos estos trece años de trabajo, a pesar de mi cristianismo y de estar casi siempre casado (salvo una breve etapa divorciado), casi siempre ha habido alguna mujer (diferentes) que se me ha insinuado discretamente (menos una vez, en que una rozó el acoso, a la que tuve que advertir que de seguir en esa línea se lo comunicaría a los jefes, ante lo que ella abandonó su actitud), hasta que, claro, ante mi indiferencia ha desistido. ¿Por qué? Pues tampoco lo tengo claro. No soy guapo, ni joven, ni rico. Pero supongo que muestro el lado de mi carácter más positivo (el más negativo lo dejo para el blog, jeje) y tengo cierta estabilidad, tanto personal como económica. Todo ello presumo que les ha llevado a algunas a querer probar si algo podría funcionar conmigo. Y ahí está la palabra clave. Probar. Sin compromiso. Pero todas (salvo una -diferente a la del acoso-, que era muy ligera de cascos, y se acostaba con todos sin comprometerse con ninguno) con la idea de que si funcionaba, acabaría en alguna clase de compromiso.
Y aquí entramos en la otra variable. El aprovechamiento. En mi caso no me interesaba para nada el tema. Pero, ¿y si me hubiera interesado? Está claro que me podría haber aprovechado para tener relaciones sexuales sin ningún compromiso, acabando la relación cuando ese compromiso se planteara. Y no, no me siento nada especial. Así que estoy totalmente seguro de que eso es lo que hacen muchos hombres. Dejarse querer. Aprovecharse de ello para tener sexo. Y luego, si te he visto, no me acuerdo.
En general, y salvo excepciones, lo que me dicta mi experiencia es que las mujeres lo que buscan es estabilidad. Sentimental y económica. Y el hombre lo que busca, salvo excepciones (entre las que me cuento) es simplemente sexo. En otros tiempos el canje era sexo para el hombre a cambio de que le diera la estabilidad a la mujer. No hoy. Ya el hombre no necesita ofrecer estabilidad a una mujer para tener sexo con ella. Será la mujer la que tendrá que ofrecerle sexo a él para ver si después, tal vez, él le da a ella la estabilidad ansiada. Y claro, hay muchos que se aprovechan de esa situación para tener todo el sexo que les es posible sin tener la más mínima intención de comprometerse y dar estabilidad a cambio.
Conclusión. Hoy es mucho más fácil que antes para un hombre tener sexo sin compromiso. Y es mucho más difícil para una mujer conseguir que un hombre se comprometa en serio con ella. Por lo tanto, ciertamente la revolución sexual ha venido a perjudicar a las mujeres. Y mucho.
Recuerdo a un compañero de trabajo, cubano, en Miami, que solía decir algo parecido a que si un hombre está solo es porque es gay o porque no sirve, porque si sirve y es hetero las mujeres no le dejan estar solo; es cosa de salir de una y que otra lo agarre (lo decía porque, estando casado, había alguna detrás de él). En aquellos tiempos, hace unos veinte años, creo que tenía razón. Hoy no, porque me temo que hay muchos hombres que, en expresión de él, sirven, que se aprovechan de ello para mantener relaciones sexuales con una mujer tras otra sin entablar ningún compromiso con ninguna.
Y perdón por este ejercicio de ombliguismo. No pretendo ser pretencioso. Únicamente he querido compartir una experiencia personal -la de un hombre más bien del montón en todos los sentidos (edad, economía, físico)- que objetivamente (creo) en la práctica apoya una idea que me llamó la atención.
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