Ayer mostré algunas dudas con mi 'creo' sobre la victoria del 'no' en el resultado del referéndum constitucional chileno porque, sin pretender ser exhaustivo, las últimas encuestas le daban al 'rechazo' entre un 44% y un 49%, al 'apruebo' entre el 33% y el 43%, con entre un 12% y un 22% de indecisos que podían desequilibrar la balanza. Y vaya si la desequilibraron. Pero del lado del 'rechazo', que cosechó un 61.87%, mientras que el 'apruebo' tuvo que conformarse con un 38.13%. 23.74% de ventaja, que se dice pronto, algo completamente inimaginable hace pocas horas (se podía pensar en 10 puntos de diferencia como mucho, pero no más).
Ahora están los analistas izquierdosos buscando excusas para el varapalo. Que si se tomó como un plebiscito de Boric, que si la delincuencia y la crisis económica, que si esto y que si lo otro. Miren, la realidad es que Chile ha rechazado esta Constitución porque era (ya en pasado) plurinacional, populista, indigenista, sin garantías democráticas reales, sin efectiva división de poderes y, para rematarlo, payasa.
Una Constitución no se puede imponer por medio país al otro medio. Y eso es lo que ha tratado la extrema izquierda. Porque la extrema derecha, la derecha, y, mucho ojo, la izquierda han rechazado el texto. Salvando las naturales distancias, es como si en España Podemos quisiera imponer su visión a PSOE, PP y Vox. Un total desatino. Y eso es lo que ha ocurrido en Chile.
Hace dos años (únicamente dos años, detalle importantísimo) los chilenos decidieron por, redondeando números, un 79% a un 21% que querían una nueva Constitución y que la encargada de redactar la misma debía ser una Convención Constitucional (básicamente una asamblea constituyente). Parece que la extrema izquierda se tomó esa Convención Constitucional como su propiedad, dando por sentado que, vistos los apabullantes resultados de 2020, los chilenos aprobarían lo que saliera de allí, fuera lo que fuera. Un claro error, como se acaba de demostrar.
Espero que Boric y sus cercanos políticos aprendan la lección. Y que no busquen imponer una división en la sociedad chilena. Que negocien con todas las fuerzas democráticas y acaben por escribir, sea como sea, una Constitución que reconozca un Chile unido, moderado, democrático, con división de poderes, serio. Y que luchen con todas sus fuerzas para que esa Constitución sea refrendada por un número cercano o, si es posible, superior a ese 79% que votó a favor de una nueva Constitución en 2020. Una Constitución, en suma, que no sea de todos (eso es imposible), pero sí de una inmensa mayoría de chilenos. Ojalá lo consigan.
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