En España se viven tiempos difíciles. Mucho.
Y no solamente para determinadas cuestiones políticas, sino también para la libertad de expresión. Se ha acabado imponiendo una cultura de lo políticamente correcto, también en el lenguaje, donde parece que todo el mundo (o la inmensa mayoría) ejerce una suerte de autocensura para no ser marcado con el dedo acusatorio de los defensores del pensamiento imperante.
La división de poderes es solamente una expresión desde que Alfonso Guerra dijo aquello, hace unos cuarenta años, de que Montesquieu había muerto. Los sucesivos gobiernos aznaristas, zapateristas y rajoyistas lo confirmaron. Ahora el sanchismo parece que le ha echado bastantes paladas de tierra encima. Ejecutivo, Legislativo y Judicial vienen a formar un todo, controlado por el primero, que se vende al segundo con tal de seguir en el poder.
Pero hay un poder que no forma parte de ese todo. El llamado Cuarto Poder. La prensa. Ciertamente una buena parte de ella está financiada, directa o indirectamente, por el Gobierno o los partidos políticos. Pero hay variedad de puntos de vista. Desde los que, todos ellos más o menos evidentemente, se dedican a defender a la extrema izquierda de Podemos, hasta los que hacen lo mismo con la extrema derecha de Vox, pasando por los defensores de PP y PSOE, nos encontramos, justo es decirlo, con una variedad de opiniones que hacen que el lector que quiera buscar una cierta verdad entre tanto subjetivismo pueda hacerse una idea bastante fiable de lo que está sucediendo.
Pero lo anterior no parece que es del agrado de ciertos elementos de la política gubernamental, concretamente de los de extrema izquierda, decididos a controlar toda disidencia. Ya estamos acostumbrados a que un partido político, Podemos, se dedique a señalar a periodistas díscolos. Pero no por acaecer de forma cotidiana se torna en menos grave. Todo lo contrario. Es la prensa la que debe señalar a los políticos y no al revés. Lo único que se pretende con esa continua puesta en la diana de nombres y apellidos concretos es que los demás entiendan el aviso a navegantes y se cuiden muy mucho de lo que dicen o escriben para no formar parte de los señalados.
Mas no les basta con señalar concretamente. Tampoco se cortan lo más mínimo para lanzar una amenaza general. Pretenden nada más y nada menos que los periodistas den las noticias de la forma que ellos, los políticos extremistas de izquierda, quieren. Y que si no se hace así, y cito textualmente la barbaridad, que castigue estas malas prácticas. Lo anterior tiene un solo nombre. Censura. A este punto se está llegando en España, a amenazar a la prensa con castigos si los políticos no escriben como los políticos que hacen las leyes desean.
Señalar, amenazar y encarcelar periodistas es lo que han hecho antiguas democracias, convertidas en actuales dictaduras, como Venezuela y Nicaragua. Y España no está exenta de seguir el mismo camino. De hecho ya está dando los primeros pasos.
La democracia está muy bien. Es necesaria como única forma legítima de gobierno. Pero hay que recordar que la democracia no es suficiente. Esa democracia debe estar basada en la libertad. Y una de las mayores libertades a proteger es la libertad de prensa, que es la que permite a los ciudadanos estar informados de lo que pasa desde la perspectiva que ellos, los ciudadanos, deseen. Una libertad de prensa a la que ya está persiguiendo en España el partido comunista de extrema izquierda (valga la redundancia) de Podemos. Esperemos que los españoles sepan corregir eso en las urnas. De lo contrario lo que viene puede ser peor de lo imaginable.
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