Siempre que los
palestinos quieren
montar un pollo de
mucho cuidado utilizan como excusa la Mezquita de Al-Aqsa, supuestamente el tercer lugar más sagrado musulmán del mundo. Algo que no ocurriría si
los israelíes la hubieran volado tras la miserable Guerra del Yom Kippur. Aquella guerra la iniciaron contra Israel, aprovechando una de las festividades judías más sagradas, cuando el país estaría más relajado defensivamente, nada más y nada menos que, entre otros, los países, todos musulmanes, de Egipto, Siria, Arabia Saudí, Iraq, Jordania y Kuwait. La idea era simple y llanamente destruir Israel.
Por supuesto, no lo consiguieron. Y fue la ocasión para que Israel se deshiciera de una espina clavada en salva sea la parte, como es la Mezquita de Al-Aqsa, situada en la misma ciudad de Jerusalén. Si en noviembre de 1973 la hubieran volado con explosivos, hoy, cincuenta años después, nadie se acordaría del tema, salvo algunos musulmanes para lloriquear sobre el asunto.
Muerto el perro, se acabó la rabia. Pero como la bondad israelí les impidió matar el perro de la Mezquita de Al-Aqsa, hoy les toca pagar su error viéndose obligados a tener que lidiar con el perro y con la rabia. Los errores se pagan.
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