Vivimos tiempos en que tenemos más herramientas de comunicación que en toda la historia de la humanidad. Que si blogs, que si Facebook, que si Twitter, que si Instagram, y un sinfin más. ¿Y de qué sirven? En el debate político de prácticamente nada.
Cada vez veo más silencio, más descalificación gratuita, más censura (por no hablar de la que aplican los sistemas mismos). Se escribe para uno mismo o para los de la misma cuerda. Pero se rehuye el debate de ideas, la comparación de las mismas. Probablemente porque muchas de ellas no resistirían las más mínima comparación, porque están basadas casi exclusivamente en consignas partidistas y muy poco en el sentido común.
Es curioso (aunque también lógico) que, salvo honrosísimas excepciones, cuanto más se alejan las personas del centro político, más fanáticas y menos dadas a debatir son. Así podemos ver que, en general, se puede dialogar relativamente bien con la gente de Ciudadanos. Con los seguidores del PP y del PSOE la cosa se complica bastante. Y cuando llegamos a aquellos que optan por Vox y Podemos, las consignas, el fanatismo y la irracionalidad son la moneda común. No hablo ya de la auténtica barbarie que hay a derecha e izquierda de los últimos nombrados.
¿Y el debate serio, racional, argumentativo? Ni está ni se le espera. La inmensa mayoría del personal se ha vuelto tan simplista que hoy por hoy solo sabe acatar y repetir consignas y descalificaciones, silencios y censuras. Sin el menor debate.
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