Estados Unidos ha abandonado Kabul. Lo triste no es el qué, sino
el cómo. Porque, aunque no ha sido una victoria
del ejército talibán sobre el de Estados Unidos (¿alguien puede creer tal cosa? ¡por favor!), sino sobre el ejército (por decir algo) gubernamental alfgano, al final esa retirada de los americanos ha dejado en el ambiente un olor a derrota.
El desastre final, con el terrible atentado a las puertas del aeropuerto como colofón, se pudo y se debió evitar. Evidentemente nadie podía adivinar que el ejército afgano iba a desertar miserablemente delante de los talibanes. Decían que aguantaría tres meses y al final no aguantó ni tres días. Pero cuando se vio la desbandada el ejército estadounidense debió atacar a los talibanes con su fuerza aérea para frenarlos a una distancia prudencial de Kabul, con la idea de hacer una retirada ordenada.
He leído que un alto cargo de defensa de Estados Unidos dijo en un libro de reciente publicación, pero bastante antes de estos acontecimientos, que en los cuarenta años que Biden lleva en política casi siempre se ha equivocado en sus ideas sobre el área exterior. Y este desastre en Kabul lo confirma.
También he leído que podría haber un acuerdo secreto entre Estados Unidos y los líderes talibanes para que los americanos no les atacasen y abandonasen Afganistán en el plazo previsto a cambio de que estos fanáticos respetasen ciertos derechos de las minorías y las mujeres y dejasen salir a los que tuvieran un país de acojida. Ojalá.
En cualquier caso a lo que hemos asistido ha sido a un auténtico desastre en la retirada de Estados Unidos de Kabul. Algo indigno de la primera potencia militar del globo. Y hay un responsable de ello: Joe Biden.
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