Las cosas no le están saliendo a Putin en Ucrania como él pensaba. Todo apuntaba a un paseo militar (y nunca mejor dicho) de dos o tres días, mientras que la guerra ya está en su día 23, sin que haya habido avances significativos después de las primeras jornadas. El ejército ruso está sufriendo muchísimas más bajas que el ucraniano y ante ello lo único que puede hacer un impotente Putin es atacar a la población civil.
Puestas así las cosas no es descabellado pensar que el líder ruso está teniendo mucha oposición en su país. Sin duda mucha más de la que se nos permite saber. Porque la situación económica allí es terrible. Y el descontento solo puede ir a peor si los cadáveres de soldados rusos siguen llegando procedentes de una guerra en la que el pueblo llano no se siente concernido.
¿Podría Rusia ser víctima, en todo o al menos en parte, de una serie de revueltas que quebraran su aparente unidad? La respuesta que nos viene a la mente es que eso es imposible, dado el férreo control de la dictadura putinesca. Pero hay que recordar que Rusia es un país enorme en el que conviven muchos grupos étnicos y muchas maneras de pensar.
También parecía imposible la caída de la Unión Soviética. Y sucedió. Para que a la actual Rusia le ocurriera lo mismo tan solo haría falta una chispa que incendiara todo la actual irritación contenida. Y esa chispa puede ser cualquier cosa. Cualquiera.
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