La Unión Europea en general y España y Alemania en particular iniciaron hace años un camino energético de idealismo ecológista. Renunciaron a lo nucelar y al carbón para convertirse a las energías eólica y solar. Con un problema, que como las últimas no pueden suplir a las primeras, al menos todavía, había que buscar una alternativa. Y la encontraron. El gas. Todo resuelto.
¿Sí? ¿De verdad? Pues no. Porque ese gas no se generaba en países confiables. Vamos, en la Unión Europea. Sino en un país inestable como Rusia. Los resultados a la vista están. Y parece que serán mucho más visibles cuando llegue el invierno.
Pero se olvida que, en el caso de España en particular, aunque afecta también a toda la Unión Europea, se miró para la obtención de esa gas a otro país que puede ser un polvorín. Argelia. Y no lo digo por la reciente crisis hispanoargelina. Sino porque me hago una pregunta. ¿Qué garantias existen de que en un momento dado Argelia no colapse políticamente y se convierta en algo parecido a, por ejemplo, Libia? La respuesta es evidente. Ninguna. Y los efectos que eso tendría para el suministro de gas a la Unión Europea, vía Italia una vez que ya no quieren nada con España, serían catastróficos.
¿Hay solución? Siempre
la hay. Y en este caso es bastante sencilla. La autosuficiencia energética. Vivo en un estado, Texas, cuyo mix de produción eléctrica en 2021 fue el que está al lado (pinchar en la imagen para agrandarla). Todo el mix producido, hasta donde yo sé, en Texas; pero si no fuera así, sería porque parte vino de otros estados del país, políticamente estables evidentemente.
La solución, por lo tanto, no es otra que la autosuficienca energética. Como país o, cuando menos, como Unión Europea. Lo que no se puede hacer es, por mor de un estúpido idealismo ecologista, renunciar a esa autosuficienca energética para confiar en países como Rusia o Argelia que en cualquier momento pueden cerrar el grifo.
En el mundo desarrollado en el que vivimos la autosuficiencia energética debería ser una auténtica prioridad. De nada sirve llorar sobre la leche derramada. Pero hay que aprender la lección. Y desde ya ponerse a trabajar. En la nuclear, en el carbón, en nuevas fuentes, en lo que sea. Pero dejar de depender lo antes posible, a ser posible desde ya mismo, de países inestables políticamente, cuyas consecuencias a la vista están.
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