Siempre he defendido tres valores fundamentales: justicia, libertad, democracia. Sin justicia no puede haber libertad y sin libertad no puede haber democracia. Por eso siempre he creído que el liberalismo para serlo de verdad debe defender la libertad del más débil (porque defender la libertad del más fuerte, como hacen algunos supuestos liberales, es ridículo, ya que el más fuerte tiene todo el poder no para defenderla, sino para imponerla). Es sabido eso de que "mi libertad termina donde empienza la libertad del otro". Y eso se cumple, repito, con un Estado que defienda al débil de los abusos del poderoso.
En por ello que siempre he defendido, defiendo y defenderé, por poner algunos ejemplos, la libertad del no nacido de los abusos del ya desarrollado, la libertad del niño de los abusos del adulto, la libertad del anciano de los abusos del joven, la libertad de la mujer de los abusos del hombre, la libertad del enfermo de los abusos del sano, la libertad del incapacitado (físico o mental) de los abusos del capacitado, la libertad del pobre de los abusos del rico, la libertad del ignorante de los abusos del estudiado, la libertad del trabajador de los abusos del empresarios, la libertad del torpe de los abusos del inteligente, la libertad del que socialmente ocupa una posición inferior de los abusos del que socialmente ocupa una posisición superior, la libertad de la víctima de los abusos del delincuente, la libertad del preso de los abusos del libre, la libertad de los que forman parte de la minoría de los abusos de los que forman parte de la mayoría, la libertad de los gobernados de los abusos de los gobernantes.
Defender esas cosas me ha causado muchos dolores blogueriles de cabeza. Muchos liberales (no sé si reales o supuestos) me han acusado de que eso es socialismo. No lo creo. Creo que es simplemente liberalismo. Libertad y no la ley del más fuerte. Porque esa ley del más fuerte es, para mí, lo más opuesto que existe a la libertad.
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