No hay forma de escuchar un informativo o leer un periódico. Todo es la muerte de Isabel II, la sucesión al trono de su hijo Carlos III, el hecho
de que su esposa, Camila, será reina consorte y el desplante de la reina a Diana cuando no quería celebrarle un funeral de Estado.
A mí esta señora no me caía ni bien ni mal. Hizo bien su trabajo de mantener los inmerecidos privilegios para ella y sus descendientes. Es todo.
Unos privilegios que, dicho sea de paso, en el lado económico se cifran en unos 462 millones de dólares, en un patrimonio neto de más de 262.000 millones de dólares y en que la reina también tenía sus propios bienes personales, incluido el castillo de Balmoral en Escocia y Sandringham Estate en el este de Inglaterra, los cuales heredó de su padre.
Lo dicho, supongo que todo eso lo consiguió parte trabajando duro y la otra parte por el duro trabajo de sus antepasados que se lo dejaron en herencia. Y ahora ella igualmente se lo pasará en herencia a sus hijos, que también han trabajado muy duro y lo seguirán haciendo. Como es el caso de Carlos III (este sí me cae muy mal), que lleva la friolera de 73 años esperando para ser rey y mientras tanto viviendo una vida dedicada a los deportes y otros placeres más carnales. Por no hablar de las acusaciones de pederastia al principe Andrés y su acuerdo económico extrajudicial con la mujer que le acusaba, otro que ha trabajado durísimo.
Dejando la ironía, unos vividores de mucho cuidado. Pero, eso sí, excelente actores. Y la función debe continuar. Y los privilegios a costa de los demás, por supuesto, también.
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